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Rosa Luxemburgo – Obras escogidas

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cumple un plan que organiza a todo el cuerpo social. Las previsiones tendientes a<br />

garantizar el bienestar futuro son el depósito de carne podrida, oculto en algún lado. Pero<br />

esta miseria se divide entre todos los miembros de la tribu, y se cumplen ciertas<br />

ceremonias; todos participan, bajo una dirección y con un plan, de la recolección de<br />

alimentos.<br />

Consideremos ahora un oikos griego, la economía familiar esclavista de la<br />

Antigüedad, economía que constituía un verdadero “microcosmos”, un pequeño mundo.<br />

Observamos grandes desigualdades sociales. La pobreza primitiva ha cedido ante los<br />

confortables excedentes de los frutos del trabajo humano. El trabajo físico se convirtió en<br />

la maldición de unos, el ocio en privilegio de otros; el trabajador se volvió una propiedad<br />

del que no trabaja. Pero esta relación amo-esclavo tiene como base la planificación y<br />

organización más estrictas de la economía, del trabajo, del proceso de distribución. Su<br />

fundamento es la voluntad despótica del amo, su brazo ejecutor es el látigo del capataz.<br />

En el señorío feudal de la Edad Media la organización despótica de la vida<br />

económica da lugar rápidamente al código de trabajo detallado, en el que se definen clara y<br />

rígidamente la planificación y la división del trabajo, los derechos y deberes de cada uno. En<br />

el umbral de este periodo histórico aparece ese bonito documento que vimos antes, el<br />

Capitulare de Villis de Carlomagno, rebosante de alegría y buen humor, gozando<br />

voluptuosamente de la abundancia de bienes materiales, cuya producción es el único objeto<br />

de la vida económica. Al fin del periodo histórico feudal encontramos un terrible código de<br />

tributos en trabajo y dinero impuesto por los señores feudales ávidos de riquezas, código<br />

que provocó las guerras campesinas del siglo XV en Alemania y que, dos siglos más tarde,<br />

redujo al campesino francés al estado de una bestia miserable que se levantaría a pelear por<br />

sus derechos al argentino clarín de la Gran Revolución Francesa. Pero mientras la escoba<br />

de la historia no barrió la basura feudal, la relación señor-siervo con toda su miseria<br />

determinaba clara y rígidamente las condiciones de la economía feudal, como una suerte<br />

preestablecida.<br />

Hoy no tenemos amos, esclavos, señores feudales ni siervos. La libertad y la igualdad<br />

ante la ley liquidaron todas las relaciones despóticas, al menos en las naciones burguesas<br />

más antiguas; en las colonias -como todos saben— estos mismos estados frecuentemente<br />

introducen el esclavismo y la servidumbre. Pero en la propia casa de la burguesía reina la<br />

libre competencia como única ley que rige las relaciones económicas y todo plan, toda<br />

organización, ha desaparecido de la economía. Desde luego que si indagamos en las<br />

distintas empresas privadas, en las fábricas modernas o en un gran complejo fabril como<br />

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