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Rosa Luxemburgo – Obras escogidas

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en la actualidad, pertenece a la esfera de las leyendas de guerra, de las cuales la fábula<br />

siempre lozana de la “venganza” francesa es la más útil. Este “monopolio” se había<br />

convertido en un cuento de hadas, con gran pesar de los capitalistas ingleses. El desarrollo<br />

industrial de Francia, Bélgica, Italia, Rusia, India y Japón, y, sobre todo, Alemania y Estados<br />

Unidos, había liquidado este monopolio en la primera mitad del siglo XIX. Junto con<br />

Inglaterra, una nación tras otra entró en el mercado mundial, el capitalismo se expandió<br />

automáticamente y, a pasos agigantados, devino una economía mundial.<br />

La supremacía naval británica, que a tantos socialdemócratas les ha quitado el sueño,<br />

y que, según estos caballeros, debe ser destruida para bien del socialismo internacional,<br />

había molestado tan poco al capitalismo alemán hasta el momento, que éste pudo<br />

convertirse, bajo el “yugo”, en un joven vigoroso, de mejillas sonrosadas. Sí, la propia<br />

Inglaterra junto con sus colonias, fue la piedra basal del crecimiento industrial alemán. Al<br />

mismo tiempo Alemania se convirtió, para Inglaterra, en su cliente más importante y<br />

necesario. Lejos de estorbarse mutuamente, el desarrollo capitalista británico y el alemán<br />

fueron altamente interdependientes, unificados por un amplio sistema de división del<br />

trabajo, fuertemente apuntalado por la política librecambista de Inglaterra. Por eso el<br />

comercio alemán y sus intereses en el mercado mundial nada tuvieron que ver con el<br />

cambio de frente en la política y la construcción de la marina.<br />

Tampoco las posesiones coloniales alemanas entraron en conflicto con la supremacía<br />

naval británica. Las colonias alemanas no necesitaban la protección de una potencia naval de<br />

primera. Nadie, menos aun Inglaterra, envidiaba las posesiones alemanas. Que Inglaterra y<br />

Japón se adueñaron de las mismas durante la guerra, que el botín cambió de manos, no es<br />

más que una medida de guerra aceptada por todos, de la misma manera que el apetito<br />

imperialista de Alemania clama por la anexión de Bélgica, deseo que nadie fuera de un<br />

manicomio se hubiera atrevido a expresar en época de paz. África del sudeste o del<br />

sudoeste, Wilhelmsland o Tsingtau jamás hubieran provocado una guerra, terrestre o<br />

marítima, entre Alemania e Inglaterra. En realidad, justo antes del estallido de la guerra,<br />

estas dos naciones habían concertado un trato de reparto pacífico de las colonias africanas<br />

de Portugal.<br />

Cuando Alemania desplegó su estandarte de poderío naval y política mundial,<br />

anunció su deseo de mayores y más amplias conquistas para el imperialismo alemán. Con<br />

una marina agresiva de primera categoría, y con fuerzas militares terrestres creciendo en la<br />

misma proporción, se creó el aparato para la futura política, abriendo las puertas de par en<br />

par a posibilidades sin precedentes. La construcción naval y los armamentos militares<br />

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