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Rosa Luxemburgo – Obras escogidas

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abierta con las concepciones de la economía feudal natural y su primera critica audaz; la<br />

primera idealización del comercio, de la producción de mercancías y, con ello, del capital; el<br />

primer programa político a la medida de la joven burguesía ascendente.<br />

Pronto es el capitalista productor de mercancías, en lugar del comerciante, quien<br />

toma la delantera; al principio cautelosamente, disfrazado de sirviente pobre que espera en<br />

la antecámara del príncipe feudal. La riqueza de ninguna manera es oro, proclaman los<br />

iluministas franceses del siglo XVIII; el oro es simplemente un medio para el intercambio de<br />

mercancías. ¡Qué infantil la ilusión de ver en el brillante metal una varita mágica para<br />

pueblos y estados! ¿Puede el metal alimentarme cuando tengo hambre; puede protegerme<br />

del frío cuando estoy aterido? ¿Acaso el rey Darío de Persia no sufría los tormentos<br />

infernales de la sed mientras sostenía tesoros en sus brazos, y no estaba dispuesto a<br />

cambiarlos todos por un poco de agua para beber? No; la riqueza es la provisión por la<br />

naturaleza de alimentos y sustancias con las que todos, príncipes y mendigos, satisfacen sus<br />

necesidades. Cuanto mayor el lujo con que la población satisface sus necesidades, más rico<br />

será el Estado... porque mayores serán los impuestos que el Estado podrá cobrar.<br />

¿Y qué produce el maíz para el pan, las fibras para la ropa, la madera y los metales<br />

brutos con que hacemos casas y herramientas? ¡La agricultura! ¡La agricultura, no el<br />

comercio, es la verdadera fuente de las riquezas! ¡La masa de la población rural, el<br />

campesinado, el pueblo que crea las riquezas de todos, debe ser rescatado de la explotación<br />

feudal y elevado a la prosperidad! (Para que yo pueda encontrar compradores para mis<br />

mercancías, agregaría sotto voce el capitalista manufacturero.) Los grandes señores<br />

terratenientes, los barones feudales, deberían ser los únicos que paguen impuestos y<br />

mantengan al Estado, puesto que toda la riqueza producida por la agricultura pasa por sus<br />

manos. (De esa manera yo, que aparentemente no creo riquezas, no tendría que pagar<br />

impuestos, murmura astutamente el capitalista) Basta con liberar a la agricultura, al trabajo<br />

rural, de todas las trabas del feudalismo, para que la fuente de riquezas fluya en toda su<br />

plenitud para el Estado y la nación. Entonces vendrá la felicidad de todo el pueblo, y la<br />

armonía de la naturaleza volverá a reinar en el mundo.<br />

Los primeros nubarrones que anunciaban el asalto a la Bastilla ya se veían claramente<br />

en las posiciones de los iluministas. Rápidamente la burguesía se sintió lo bastante poderosa<br />

como para quitarse la máscara de sumisión y ponerse en primer plano para exigir<br />

resueltamente la remodelación del Estado a su imagen y semejanza. La agricultura de<br />

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