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motivar la pérdida de otros ámbitos de participación. El hogar es para ellos, más que para otros, la unidad social básica y dereferencia. En los últimos años los mayores españoles están consolidando una norma clara de autonomía con respecto a loshijos o a otros familiares de generaciones más jóvenes y la vejez, como la viudedad, ha dejado de ser motivo de reagrupamientode distintas generaciones bajo el mismo techo. Los mayores suelen permanecer en sus propios hogares mientras puedenhacerlo y, en ocasiones, parece que incluso más allá: ni la propia edad, ni la viudedad, ni tan siquiera la dependencia funcionalo la pérdida de la salud, son motores suficientes para que los mayores abandonen sus hogares.Entre las causas que han motivado esta afirmación de la autonomía en la primera vejez y en edades avanzadas, hay razonesobjetivas: la mejora de las condiciones materiales en las que se desarrolla la existencia de los mayores y la mejorageneral de su estado de salud; también la movilidad residencial de los hijos. Pero hay otras que nos remiten a transformacionesculturales, a ese conjunto de valores que sustentan sobre todo quienes todavía no son mayores y que conducenal repliegue hacia la intimidad de uno mismo y del estrecho círculo de las personas más próximas. El aspecto relevanteen este sentido es si, para los hijos adultos, los padres mayores forman parte de ese círculo de intimidad o si, másbien, sus límites quedan cerrados para ellos y circunscritos a sus familias de procreación, es decir, a sus parejas y a suspropios hijos. Esto implicaría que los mayores mantienen su autonomía, incluso cuando empiezan a aparecer dificultadeso aunque no lo deseen, porque sus hijos no les ofrecen ir a vivir con ellos, o porque los mayores saben que sus hijosno quieren que vivan con ellos. Una visión alternativa podría ser entender que los mayores forman parte del círculo íntimode sus hijos, pero que la intimidad no requiere compartir el mismo techo. O, alternativamente, que los mayores tambiéndesean preservar su intimidad frente a los otros.LA ESTRUCTURA SOCIAL DE LA VEJEZ EN ESPAÑA / Nuevas y viejas formas de envejecer20Los análisis funcionalistas clásicos (Parsons) y la formulación original de la hipótesis de la intimidad (Giddens) implicanque la relación entre padres mayores e hijos adultos queda fuera del círculo de intimidad. Giddens reduce el ámbito deesas relaciones de intimidad, las relaciones puras, a las relaciones elegidas voluntariamente, las de pareja y las de amistad;la hipótesis funcionalista de la nuclearización de la familia supone que las relaciones más significativas son las quese producen en el ámbito de la familia de procreación (la que cada uno forma) y no en la familia de pertenencia (en laque uno nace). Ambas asignan una importancia secundaria a las relaciones entre padres mayores e hijos adultos. MartinSegalen y Claudine Attias-Donfut revisan las dos tradiciones recuperando, precisamente, la importancia de las relacionesentre padres e hijos, aun cuando éstos hayan abandonado el hogar paterno y hayan formado su propia familia.Reconocen la importancia de la transformación de la familia, pero corrigen la sentencia de Parsons y Giddens. En esatransformación algo se ha acabado y algo permanece. Lo que se ha acabado es el modelo único de la familia burguesanacida a finales del siglo XIX formada por una pareja estable, una madre en el hogar y todos bajo la autoridad del padre.Lo que permanece es “la fuerza social de las relaciones de parentesco” (Attias-Donfut, Lapierre y Segalene, 2002: 7).Por un lado, las relaciones intergeneracionales cobran una relevancia singular; a su juicio, esta importancia recobrada sedebe a su continuidad en el tiempo, frente a la inestabilidad de las parejas, como consecuencia del incremento del divorcio.El divorcio recorta las posibilidades de que las relaciones de pareja perduren en el tiempo y, en sentido contrario, lamejora de las probabilidades de supervivencia, prolonga en el tiempo las relaciones entre padres e hijos y entre abuelosy nietos. En una sociedad como la norteamericana, una persona puede ser hijo o hija durante cinco o seis décadas y losabuelos, sobre todo las mujeres, pueden serlo durante unos treinta o cuarenta años de su vida (Schaie & Willis, 2003:165). En Europa y, particularmente en España, donde las edades para formar pareja y tener hijos son notablemente mástardías, la duración de estas funciones es menor que en EE.UU., pero probablemente no mucho menor.Como refuerzo de la importancia de las relaciones verticales (intergeneracionales) frente a las horizontales, la revisión deSegalen y Attias-Donfut añade la idea de que el repliegue sobre la intimidad, propia de nuestros tiempos, otorga un valorimportantísimo a la historia familiar. En sus propias palabras “los lazos familiares han inventado y construido un ethosen los inicios del siglo XXI, a la manera de “lazos de memoria” que sirven para celebrar una identidad colectiva reconstruida”(Attias-Donfut, Lapierre y Segalene, 2002: 13). Esa identidad colectiva es, sin embargo, bastante restringida; loque implica la existencia de ese ethos es que la historia se hace también a la medida de los individuos, se convierte enla historia propia de cada uno: la genealogía o la historia familiar. Ello redunda en la importancia recobrada de las relacionesintegeneracionales, en la medida en que su existencia sirve de constatación, precisamente, de que el individuotiene historia. Sucede que en esta época de individualismo e intimidad, los seres humanos siguen necesitando a la historia,siguen necesitando pertenecer a un proyecto colectivo que trascienda su propia existencia; pero por mor de la intimidad,esa historia no trasciende demasiado los límites de la propia individualidad, es la historia de uno mismo. Basar elsentido de su existencia en su propia historia implica afirmar la importancia de sí mismo y de sus más próximos. La cuestiónque queda sin contestar es si esa búsqueda de la historia personal sólo implica mantener relaciones simbólicas o si,