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y, dentro de ellas, fundamentalmente las de autocuidado: en primer lugar, comer, pero también usar el retrete, vestirsey asearse; también pertenecen a este grupo de limitaciones menos frecuentes la movilidad en el interior de la vivienda yel uso del teléfono. En algunas actividades, a las tasas de prevalencia, que incluyen a los que no pueden realizar la actividado sólo pueden hacerlo con ayuda, habría que añadir a una parte de los que afirman no haber realizado nunca laactividad, esta “barrera cognitiva” no permite comprobar si efectivamente son física y mentalmente capaces de realizarlaso si en caso de necesitar hacerlas estas personas serían capaces o no de remontar sus limitaciones y ser efectivamentecapaces por sí mismos de llevarlas a cabo. Esto sucede fundamentalmente con las tareas domésticas y la preparaciónde las comidas y, sobre todo, en el caso de los varones.La edad a la que se presenta la necesidad de ayuda permite comprobar que las situaciones de discapacidad y dependenciaentre los mayores derivan fundamentalmente de los procesos degenerativos asociados al envejecimiento: la gran mayoría(nueve de cada diez situaciones de dependencia y una de cada ocho en las de discapacidad) se han originado ya en la propiavejez, incluso años después de cumplir los 65 años. Las dos terceras partes de los dependientes mayores tienen más de85 años, sin embargo, esto no quiere decir que se pueda asociar sin más la dependencia a la vejez o a una edad determinada,difundir y asentar una afirmación semejante entre la opinión pública y los responsables de la atención de los mayorespodría equivaler a una asimilación automática de las personas mayores o muy mayores a la categoría de dependientes,reforzando los estereotipos de la edad. Además, el estereotipo puede generar un exceso de dependencia o al menos incurriren un riesgo muy elevado de asociar la condición de inevitable a todos los estados de dependencia.En el análisis de los datos se han distinguido dos situaciones que implican limitaciones en la realización de actividadesde la vida diaria, las que afectan a las actividades incluidas en el Libro Blanco, a las que se han denominado como dependencia,y las personas que necesitan ayuda para actividades distintas, a las que se ha clasificado como situaciones dediscapacidad.La prevalencia de las limitaciones no es indiferente a otras variables sociodemográficas distintas de la edad. Quizá lamás obvia es el sexo. Entre las mujeres la prevalencia es más alta, aunque la discrepancia entre los sexos es mayor enlas situaciones de discapacidad. Esta diferencia se debe en parte, pero sólo en parte, a la distinta consideración de lastareas domésticas, porque la dependencia se refiere a actividades que uno suele hacer o se espera que haga; muchoshombres no se han visto confrontados a la necesidad de realizar estas tareas por la presencia de las esposas en sushogares o, aunque hayan tenido la necesidad objetiva, nadie espera que ellos asuman esas tareas, de manera que si nolas realizan o no son capaces de realizarlas no se sienten mermados en modo alguno en sus capacidades y así lo manifiestanen las encuestas. Sin embargo, estas tareas sólo determinan la posibilidad de presentar discapacidad, pero nodependencia, porque el umbral que marca el ingreso en esta categoría no incluye ninguno de los quehaceres domésticos.Con la edad aumenta el riesgo de necesitar ayuda para alguna de las actividades de la vida diaria, pero además,la situación se agrava en la medida en que por encima de los 85 años las situaciones de dependencia son más frecuentesque las de discapacidad. La dependencia aumenta más con la edad y, sobre todo, entre las mujeres. Por debajode los 75 años la prevalencia de las situaciones de dependencia alcanza a unos cuatro de cada cien mayores. En elsiguiente intervalo de edades la situación ya es más comprometida y la prevalencia en ambos sexos muestra valoresmuy similares. Por encima de los 85 años la prevalencia aumenta, pero mucho más entre las mujeres (41,5%) que entrelos varones (26,8%). La discapacidad es menos sensible a la edad —hay que tener en cuenta que una parte, especialmentela femenina, se ha originado antes de los 65 años— y además, las diferencias entre hombres y mujeres están másatenuadas. De esta forma, se puede decir que una parte de la diferencia entre hombres y mujeres se debe a la estructurade edades de la población femenina y masculina, las mujeres presentan mayor incidencia de la discapacidad porquehay personas más mayores entre ellas, puesto que las tasas de prevalencia sólo se separan significativamente paraambos sexos a partir de los 85 años. No sucede lo mismo con la discapacidad, las diferencias se producen en todas lasedades, de manera que las diferencias de género se encuentran básicamente en la discapacidad y no en la dependencia.Dado que la discapacidad incluye tareas que requieren interacción con el entorno, la conclusión es que si esa interacciónestá marcada por género, lo lógico es las capacidades para realizar o no las actividades en las que esa interacciónconsiste también lo esté. El hábitat señala diferencias similares al género, en el sentido de que la dependenciano muestra una relación significativa con el tamaño del municipio, pero sí se producen diferencias en la discapacidad.La razón podría ser que si el mayor tamaño del municipio significa un entorno más complejo, entonces, es lógico quelas limitaciones de interacción sean mayores. El nivel de instrucción también está relacionado con las posibilidades deexperimentar discapacidad o dependencia, las relaciones son menos claras, pero afectan a las dos situaciones, demanera que en este caso, la hipótesis de la relación con la complejidad del contexto se debilita porque a medida queaumenta el nivel de estudios y con él la capacidad de interacción con contextos complejos, no sólo se reduce la dis-6. CONCLUSIONES247