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nayagua

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materialización de una intención subjetiva. Así, los diversos elementos de estos<br />

poemas actúan y cumplen su función expresiva en su capacidad para recrear y<br />

hacer visible lo mirado. El poeta configura su visión, recrea una escenografía, vive<br />

y sueña creando: “la vida / se va en los ojos, hilvana / capas llenas de tiempo”,<br />

que alcanzan a ser “al menos una forma / de las que elige el pensamiento / para<br />

hacerse a sí mismo”.<br />

¿Cómo resolver la ecuación de exponer desde un ojo, cómo mostrar la mirada?<br />

La respuesta es difícil, pero podríamos decir que es el ojo el que mira, pero que el<br />

poema es el que ve. El poema se produce a ambos lados de la cámara de nuestros<br />

ojos. Los objetos, las cosas, las caras, los lugares pueden desaparecer, pero el poema<br />

los hace existir de una forma más clara, y todo esto depende del que mira, de la mirada<br />

que establece otros niveles de lo real y de la experiencia. Hay que dar materia<br />

a las imágenes, no sólo relatar incidentes de superficie. Si hay algo verdaderamente<br />

real es la imagen misma. Lo real no es, por consiguiente, lo que está significado,<br />

sino lo que significa: “Mirar es compartir el mundo, / las identidades cambiantes,<br />

/ el aura en que reposan / las cosas o se afilan”. Es el dominio de la soberanía de<br />

lo visible, de la realidad percibida.<br />

Eulàlia Bosch, en “El presente está solo”, texto escrito como prólogo a la cuarta<br />

edición del lúcido e imprescindible libro Modos de ver de John Berger (Gustavo<br />

Gili, 2004), se pregunta, como cabe también preguntarse ante esta nueva entrega de<br />

Miguel Casado, por el secreto del libro, y afirma que está “posiblemente en el tiempo<br />

presente en el que está anclada su redacción”, pues sus páginas nos remiten “a<br />

ese tiempo presente que se manifiesta cuando la mirada del espectador (del lector)<br />

se detiene ante una pintura (un poema) y nota su atracción. Y lo hace provocando<br />

al lector hasta hacerle percibir qué le ocurre cuando mira”. Es ese presente de los<br />

poemas que dan cuenta de lo visto y de lo vivido, y que constituyen su (nuestro)<br />

modo de ver, de ser y de vivir. Es la presencia del tiempo, de los restos del pasado<br />

incorporados al presente, y el poder del poema para hacer visible su presencia. El<br />

presente del lector y el presente del poema se hacen un continuo temporal gracias<br />

al modo verbal que nos devuelve la mirada de los versos. Como dice, ahora sí, el<br />

propio John Berger, “la vista es la que establece nuestro lugar en el mundo circundante;<br />

explicamos ese mundo con palabras”. La realidad no depende tanto de los<br />

ojos que la miran como de la intención al enfocar, pues sin la conciencia, es decir,<br />

sin una mente dotada de subjetividad, no tendríamos manera de saber que existimos,<br />

menos aún de saber quiénes somos y qué pensamos. Ciertamente existe un<br />

yo, aunque no se trata de una cosa sino de un proceso que, al ser sentido, nos ofrece<br />

un sentimiento de pertenencia. Al fin y al cabo, como ha dicho Agustín Fernández<br />

Mallo, “el pasado, el tiempo, el paso del tiempo, no viene al presente para dar<br />

cuenta del pasado, sino para configurar el presente”.<br />

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