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nayagua

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poemas o una selección meramente cuantitativa de los mismos, Vicente Valero se<br />

acoge a una voluntad reconstructiva que podemos encontrar en uno de sus referentes<br />

poéticos —Juan Ramón Jiménez—, quien sometió su Obra a infatigables procesos<br />

de revisión y reescritura. Pero en la propia escritura de Valero, como en Teoría<br />

solar, se reutilizan versos bajo sutiles variaciones y reagrupaciones como recurso<br />

configurativo al igual que en Canción del distraído. En este nuevo libro amplía estos<br />

recursos y somete a reordenación textos pertenecientes a distintos poemarios. Se<br />

combinan también planteamientos formales de otra índole. El poema en prosa, que<br />

no aparece en la obra de Valero hasta Vigilia en Cabo Sur, alterna con poemas en<br />

verso y con textos que muestran cierta indistinción prosa-verso (“Junio en casa del<br />

doctor Char”) o con formas de lo fragmentario (“Notas para una elegía”). El carácter<br />

fronterizo de algunos textos se aprecia en poemas situados al margen del poema<br />

lírico canónico (el ya mencionado “Junio en casa del doctor Char”, que adopta la forma<br />

de diario, “Nuestra casa la sed” o “Para salir de aquí”). Todo ello manifiesta una<br />

voluntad constructiva en todos los niveles de la disposición poética: desde la línea<br />

o el verso hasta la configuración total del libro. Este afán por la exposición, reexposición<br />

y variación, por expresarlo en términos musicales, puede corresponderse con<br />

el valor que el autor concede a la música tanto en su imaginario como en su estado<br />

de conciencia poética. El propio Valero declara que la inspiración es “un acontecimiento<br />

rítmico, una epifanía musical incomprensible” o que la música induce a la<br />

autoconciencia: “El alma es solo lo que vemos cuando suena la música”.<br />

A lo largo del libro se van desplegando los temas y motivos centrales en la poesía<br />

de Vicente Valero y que constituyen un sistema coherente y bien establecido.<br />

No un sistema de pensamiento, pues su poesía más que filosófica es experiencial,<br />

física y sensitiva: “Mi única certeza, esta mañana, aquí”. El punto de partida es la<br />

sed (“que me pedía una y otra vez más canto, / más vida en mi vida inexplicable”),<br />

símbolo que apunta al estado de penuria y carencia de todo hombre. Canto y vida,<br />

dos términos participantes el uno en el otro en una poesía entendida como estado<br />

físico de conciencia: “Mi cuerpo escrito con los lápices azules de la noche, mi cuerpo,<br />

sí, texto oscuro”.<br />

El paseo, la divagación, el caminar son la consecuencia de esa sed. El hombre,<br />

para M.ª Zambrano, es un ser trascendente, que anda en tránsito hacia su propio<br />

ser. El itinerario de esa búsqueda tiene una tradición que hunde sus raíces en la<br />

mística sanjuanista, la poesía romántica (Keats, Shelley y Hörlderlin aparecen en<br />

un poema de título que recuerda a Juan de Yepes: “La subida”) o la filosofía de la<br />

razón poética de la propia Zambrano. Con esa memoria y la propia experiencia,<br />

Valero va trazando sus mapas personales, cartografía su insularidad mediterránea<br />

alternando el yo y el nosotros como protagonistas de experiencias que a todos nos<br />

pueden concernir. A lo largo del camino sus palabras dicen “bosque”, “adelfas”,<br />

“ciervo”, “pájaro”, “árbol”, “peces”, “mar”, “sol”. Ni son meras palabras ni estrictos

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