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nayagua

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La pluma no engaña: el colibrí sólo bebe agua de los vitrales.<br />

28<br />

La pintura que cubría los rostros de los indígenas norteamericanos durante algunas<br />

ceremonias bélicas o religiosas respondía a una necesidad de emular a sus<br />

vecinos cubanos, que atravesaban el Estrecho de La Florida y arribaban al norte<br />

con el semblante veteado por la exposición constante a la naturaleza del trópico,<br />

donde flores y frutas arrojaban al aire sus colores y el habitante no podía impedir<br />

que se lo maquillaran; esos colores flotaban sobre la isla como el polen tras el paso<br />

de un enjambre de abejas. Resentida la flora, el vitral cubano prolonga la tradición.<br />

La luz que baja de los vitrales de medio punto enfrenta al hombre piadoso con<br />

un ángel, y nunca es más viva que durante la Navidad. A no ser que una virgen se<br />

sitúe debajo de ella, cualquier día del año, y la mire a los ojos.<br />

Nada menos fortuito que un derrame de petróleo crudo en el mar. Los peces<br />

también aman los vitrales.<br />

La mujer que no se pinta las uñas sabe por qué no lo hace. El hombre perceptivo<br />

verá en los bordes de cada una de ellas un arco de medio punto, en sus lúnulas,<br />

otro, y en la materia córnea de que están hechos todos, un vidrio por colorear, revelador<br />

de expectativas insatisfechas.<br />

El hábito de comerse las uñas es una patología común en quienes reprimen una<br />

debilidad por el vitral de medio punto. La prominencia de sus arcos superciliares<br />

también los delata.

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