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nayagua

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por la mixtura de cualquier existencia. Así el ejercicio de amor medular y “mandilar” de<br />

toda maternidad mediterráneamente armada cimenta la mirada detrás de estos poemas,<br />

llenos de hijos, y a la vez hace el sitio sin límites que toda mujer así mortalizada puede tener<br />

para acoger la indignación activa ante las injusticias insultantemente obscenas que genera el<br />

sistema (véase “En las cárceles de Arizona ahora cobran 25 dólares por visitar a los presos”).<br />

Y hacerle sitio al dolor con la manta de amianto de un humor impagable (“Al piloto de la<br />

rotonda”, “Interrupciones o poesía colateral”, y un casi absoluto etcétera...).<br />

Con un verso flexible, fresco, inteligentísimo, capaz de virar desde lo más introspectivo<br />

hasta lo dialógico, de acoger imaginerías de grabado mestriano, infinitamente expresivas o<br />

de plantar enunciados que recuerdan la autenticidad y direccionalidad de Gelman, Susana<br />

Obrero ofrece en esta primera remesa de vida y poesía un puente que invita a difuminar las<br />

fronteras entre lo que somos y lo que no sabemos que, felizmente, ya somos.<br />

Los poemas se cruzan y multiplican de forma orgánica con las hermosas ilustraciones<br />

de Esther Rodríguez Cabrales; y ambas creadoras implementan la calidad de su propuesta<br />

al ser editadas con la profesionalidad que solo garantizan el mimo y cuidado de Ediciones<br />

Entricíclopes.<br />

FCPJH<br />

304<br />

Cartografía del territorio imposible<br />

maría prado mas<br />

Madrid, Ediciones Torremozas, 2015<br />

¿Quién se atreve a cartografiar el amor que vive?<br />

Los mapas no son la realidad, los mapas son orientativos. Nos orientan en el espacio. Nunca,<br />

como dice el dramaturgo Juan Mayorga, un mapa es neutral, siempre un mapa toma<br />

partido, “incluso la escala es una decisión moral”; cartografiar un mundo en peligro, por<br />

ejemplo, como el gueto de Varsovia en el año 1940, es un problema moral, supone elegir<br />

si es más importante el cuartel de policía, el burdel o esa casa donde el maestro Szpilman,<br />

contra toda esperanza, sigue enseñando a los niños a tocar el violín. Eso plantea Mayorga<br />

en El cartógrafo-Varsovia 1: 400.000 y eso, con el amor o la vida como tema, cartografía<br />

María Prado Mas.<br />

El libro tiene una arquitectura muy poderosa, no es una colección de poemas, es un libro<br />

con espina dorsal armado en la idea de los mapas. María organiza el material en dos partes<br />

que son dos mundos, dos mapas que son, sobre todo, morales: los mapas deshabitados y lo<br />

mapas habitados; los primeros cartografían lugares donde “crees que alguien camina a tu<br />

lado, pero no hay nadie”, los segundos, “los lugares de los que te has ido sin que nadie lo<br />

sepa y, sin embargo, puedes volver”. La poesía, no obstante, disuelve el orden y desborda<br />

el sentido racional, porque hay realidades para los que no tenemos mapas y mapas para los<br />

que no hay realidades, por eso, el libro es, sobre todo, una exploración del sentido de la vida<br />

y del amor con un instrumental muy preciso: el lenguaje poético, que quiere no quedarse en<br />

la cárcel del libro o de la intimidad, sino ser comunicado: “Hazme un hueco en el poema.

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