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nayagua

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eferentes. El decir abre horizontes metafóricos para que unas realidades se transfieran<br />

a otras y el significado se ensanche hasta llegar a los confines del misterio:<br />

“una segunda piel en el cuerpo del mundo”, nos recuerda Valero en otro lugar. La<br />

imagen metafórica permite traspasar los límites de las formas literales del lenguaje<br />

o de función meramente informativa para revelar lo inexplicable en una “ráfaga<br />

transformadora”. Se leen esas transferencias en palabras cuya materialidad es de<br />

este mundo: “Mis manos hablan entonces otro idioma: el que aprenden palpando<br />

la textura del bosque, su misterio intangible”. Podría decirse que en la lógica poética<br />

de Vicente Valero el simbolismo no se dirige de lo concreto a lo abstracto, sino<br />

de una concreción a otra para conducirnos a las fronteras de lo inexplicable: “En el<br />

interior de cada una de mis palabras habita un nido de tórtolas”.<br />

Las imágenes de naturaleza metafórica en la poesía de Valero se integran perfectamente<br />

en las categorías que Chantal Maillard emplea para describir el lenguaje<br />

tensivo y en él la actividad metafórica capaz de expresar adecuadamente el ser del<br />

hombre. La realidad y su otro lado son total o parcialmente inasibles para la ciencia<br />

y el pensamiento. El lenguaje metafórico sería el medio más eficaz para abrir nuevas<br />

perspectivas horizontales y extender los límites de la imaginación. Por otro lado,<br />

la distinción sujeto-objeto es ficticia y la realidad, metamórfica. La metáfora ofrece<br />

un recurso perfecto para dar cuenta de las metamorfosis de la realidad a través<br />

de las constantes transferencias entre sus términos. Por último, toda presencia es<br />

un misterio que no puede analizarse, conceptualizarse ni resolverse. La metáfora,<br />

al carecer de naturaleza representativa o explicativa, por su carácter estrictamente<br />

mostrativo, es el vehículo idóneo para intentar expresar lo inexpresable que acaece.<br />

Un fragmento de “Taller de paisajistas”, que podría revelarse como una poética,<br />

seguramente lo exprese certeramente desde otro horizonte: “Nosotros somos solamente<br />

/ lo que miramos: este bosque / y su camino azul somos nosotros, / esta<br />

lluvia distinta cada tarde, / que empapa muy adentro: [...] No somos más que lo que<br />

busca ser / mirado y comprendido por nosotros: / este paisaje horizontal, el árbol<br />

/ y las piedras mojadas, / las huellas en el barro y la neblina / que no nos deja ver.<br />

// Y hasta somos también lo que no vemos: aquello que pintamos muchas veces /<br />

sin saber cómo es, cómo será mañana, / después de la tormenta”.<br />

La naturaleza que aparece en el paseo no es el paisaje idílico de la tradición clásica.<br />

Valero percibe en la naturaleza lo mismo que puede percibir en sí mismo: su<br />

carácter trágico. Imágenes de oscura belleza —restos de naufragios, el ahogado, un<br />

río en ruinas, playas en otoño, peces y ríos oscuros— manifiestan la concreción de<br />

la pérdida que el poeta encuentra en el interior de cada una de sus palabras, “llaga<br />

fabulosa, pus inolvidable”.<br />

Rara vez los elementos de la naturaleza se articulan en un paisaje cerrado, en<br />

una estampa de pasiva contemplación; van surgiendo del caminar distraído y<br />

abierto a las sensaciones. De esta apertura y absorción que transforma la realidad<br />

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