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nayagua

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es casi un estado del sujeto que nada tiene que ver con la ensoñación, sino que se<br />

propone como forma de conocimiento de la realidad. Es la disposición que evita<br />

las elucubraciones vacías o la recurrencia abusiva a la contingencia: “lo particular<br />

de cada vida / parece necesitar la solidez de un / relato en el que se condensan / el<br />

relato deseado y una serie / de frases que lo cuestionan e iluminan, / enfatizando<br />

la unidad de su / sentido o su azarosa multiplicidad” (p. 13).<br />

Esta actitud respetuosa constituye, sin duda, una de las grandes aliadas de la<br />

imaginación y, en consonancia con ella, del sentimiento de “lo sublime” o “miedo<br />

tranquilo”, como lo llama Peyrou: “Es una sensación: la de mi / inteligencia, la de<br />

sus límites” (p. 26). Este es el terreno de la imaginación en el que se ubica el libro;<br />

un lugar donde sentimiento y razón confluyen más allá de criterios empíricos y<br />

lógicos: “la emoción que sólo / puede transmitirse por medio de / una imagen<br />

incompleta de las / cosas” (p. 45).<br />

Y es en este terreno de lo imaginario donde cobran sentido las emociones que<br />

articulan el poemario, emociones tan intensas como esta:<br />

261<br />

(...)<br />

Hoy<br />

le he enseñado a mi hijo la palabra<br />

etcétera, nos reíamos en el autobús con los ejemplos<br />

y el sol le daba en el pelo.<br />

Me gusta acariciarle el pelo<br />

y las mejillas y tener su cara cerca<br />

de la mía, no pegarle nunca. (p. 31)<br />

Por eso la imaginación se asocia con otras dos facultades: la memoria y el deseo.<br />

Y lo sabemos desde que comienza el libro: “Hay tres posibilidades: alcanzarse /<br />

mientras dura, justo después, exactamente / antes” (p. 7). Las tres recorren estos<br />

textos entretejiendo sus objetivos: construir un pasado inmune a la grandilocuencia;<br />

vivir el presente sin forzar los límites de la experiencia y el sentido, y apostar<br />

por la lógica del descubrimiento. Además, el ejercicio de todas ellas comparte un<br />

propósito común: escapar de la convención.<br />

Por lo que respecta a la imaginación, probablemente ya se han dado bastantes<br />

indicios de su sentido. El caso del deseo quizá sea el más claro. Se trata de un deseo<br />

situado más allá de pulsiones instintivas, pero también más acá de ciertos códigos<br />

culturales. El mismo deseo que en La tristeza de las fiestas, anterior libro del poeta,<br />

lleva a un hombre a plantear sus querencias de forma directa. Allí como acción,<br />

aquí expresión y anhelo. Pero no sólo eso. Es una expectativa ante lo que está ocurriendo<br />

y queda eclipsado por la impertinente y tenaz búsqueda de lo que pueda<br />

pasar: “Después de lo que dura no hay / nada, lo que no va a ocurrir” (p. 20). Entiendo<br />

esta propuesta de Peyrou como una invitación a recuperar la inocencia del<br />

deseo; esa que quizá sí que tenga que ver con la infancia, con los “niños enamorados”,<br />

con la ausencia de unas pautas preestablecidas de conducta o comunicación.

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