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casi imposible decir algo atractivo sobre nuestro presente desde cualquier posición<br />
monolítica sin frecuentar las posibilidades expresivas que ofrecen otras disciplinas<br />
aparentemente ajenas. La distinción, por ejemplo, entre prosa y verso como<br />
elementos identificadores de la narración o la poesía respectivamente se quedó<br />
atrás hace mucho tiempo. ¿Quién es capaz de mantener que la primera versión<br />
de Espacio, de Juan Ramón Jiménez, escrita originariamente en prosa, sea menos<br />
“poética”, que la segunda, trasladada a verso? ¿O que Three poems, de Ashbery,<br />
sean menos poems por estar concebidos bajo un aliento largo y continuado? Quizás<br />
el ejercicio de la traducción, donde se revierte a otro código distinto la pulsión rítmica<br />
del verso primitivo, haya contribuido a borrar ciertas fronteras cuando estas<br />
no son necesarias. En Postergaciones, de Pedro Tena, nos topamos con una serie de<br />
textos escritos en prosa que, tanto por la tensión acumulada en su interior, como<br />
por la intención de su discurso, son poemas en sí mismos, lejos de la denominación<br />
tradicional de prosa poética, pues su musicalidad responde a la propia dinámica<br />
textual, aprehendida de esa manera, y no a una sucesión de efectos rítmicos preconcebidos<br />
bajo estructuras versificadas, como suele ocurrir en estos casos. Tena<br />
ha sido traductor de Valéry, Michaux, Housmann y Hughes, y también de Dickens,<br />
Emerson, Defoe, Coetzee o Ginzburg, tareas que, sin duda, le han llevado a situarse<br />
en un plano formal y genérico absolutamente interdisciplinar.<br />
Postergaciones es el primer libro de poemas de un autor que no es joven, sobre<br />
todo en un país como el nuestro, donde los poetas se empeñan en publicar su obra<br />
reunida antes de cumplir los treinta. Pedro Tena nació en 1964 y en su escritura se<br />
percibe la madurez de un poeta que ha sabido esperar pacientemente en un territorio<br />
no precisamente amable: su poesía responde a inquietudes singulares por la<br />
lengua y el ser como una sola entidad, como si la experiencia propia del vivir se<br />
confundiese con la indagación de las palabras que hacen posible el nombramiento<br />
de las cosas, no para que perduren, pues “solo aquello que tiene nombre muere”,<br />
sino para hallar a través de ellas la mutabilidad, el silencio o la plenitud de la desposesión:<br />
“No, la poesía no es escala hacia Dios, como decían los antiguos, sino<br />
escala hacia el amante: El que sabe que nada, nada es en realidad suyo, el que hace<br />
agua por todas partes, sin encontrar el débil fondo donde reconocerse, inútilmente<br />
pleno en el borde de su propia herida”. La poesía es pues un utensilio que se<br />
convierte en fin conforme lo vamos usando, no es argumento en sí mismo sino un<br />
puro existir entre el mundo y quienes lo habitan, lejos de comprender o vislumbrar<br />
las claves de esa misma existencia: “No escribo para el conocimiento de la razón<br />
ni para discrepar de la conciencia, escribo para la casa de la madera que arde, para<br />
la última fila de los que se exiliaron y en sus maletas han abierto rendijas para que<br />
respiren algunas palabras, para la madre que peina a su hija y le murmura cosas al<br />
oído, para los que dijeron quién vive, para los que encienden lámparas cuando les<br />
sobreviene un amor que creían olvidado”. Es decir, escritura como calor y cobijo,<br />
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