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nayagua

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puede afectar o incidir en otro. Y así lo expresa en el undécimo poema de la inmejorable<br />

serie, y uno de los núcleos de sentido del libro, “Ecdótica de la imagen”, y<br />

de la mano esta vez de Leibniz, donde atisba a ver una conexión entre realidades<br />

e imágenes ligadas a las fotografías de la amada, y declarando así la naturaleza de<br />

su /”mi percepción: / la mirada que enlaza / las dispersas imágenes en red / y<br />

los vídeos del ciberespacio / con el secreto archivo / de lo nuestro, / con nuestras<br />

carpetas / de pasión confidencial”. Una posible conexión, que en uno de los poemas<br />

de la serie “Visión del vaso”, y a pesar de que el estado vítreo, frío y duro, sea<br />

entendido como característico de lo humano, sin embargo, “al calor del otro / se<br />

inmola en un proceso de fusión / y de desorden”.<br />

Tomando como referente ese esclarecedor poema titulado “Almendra”, y ante<br />

la necesidad de sostenerse en el vacío y de dotarse de sistema, podríamos llegar a<br />

decir que cada una de sus series, e incluso cada uno de sus poemas, son como “estuches”,<br />

“cajas” guardadas “para llenar las horas y los días y los años”. Un modo y<br />

un tono que, ante el asedio de la nada, interpelan al autor, y al lector por tanto, ya<br />

desde el poema que oficia de prefacio, titulado “Épica de los gases construc tores”,<br />

cuyo final expresa una intención: “Arrójate al vacío, crea mundos / convierte en<br />

ser la nada que te aguarda. / Así debiera ser la poesía, / así debiera ser / el último<br />

poema: / hacia delante, nada: todo en blanco”. Pero quizás sea la ya citada<br />

serie titulada “Visión del vaso”, la que mejor exprese esta idea, en el recuerdo de<br />

José Gorostiza, y de la mano maestra de Wallace Stevens y José Ángel Valente: ese<br />

ámbito o espacio del vacío, de la nada, es donde las palabras buscan su raíz material,<br />

la fuerza de su imagen, desde una diversidad que, sin embargo, es unidad,<br />

una “perfecta cohesión, mundo cerrado / en su soberbia y densa / transparencia”.<br />

Como dijera el propio Valente, se escribe en el interior de un discurso suspendido,<br />

o como dice el último poema de esta serie, “incapaz / de hallar nuestro lugar / en<br />

medio de este mundo / retorcido / te bebo y nos escondo, / opacos, / entre sombras”.<br />

O como el propio Mora ha dejado dicho en su ensayo La literatura egódica.<br />

El sujeto narrativo a través del espejo (Universidad de Valladolid, 2013), estaríamos<br />

ante eso que ha llamado una “grieta subjetiva estructural”, y de acuerdo con la<br />

cita de Slavoj Zizek que afirma que “los sujetos son literalmente agujeros, huecos<br />

en el orden positivo del ser, sólo moran en los intersticios del ser, en esos lugares<br />

donde la labor de creación no ha concluido”. Una labor de creación que, siguiendo<br />

de nuevo la cita de Zizek incluida en el ensayo citado, solo puede “enfrentarse a la<br />

realidad (…), como algo no totalmente constituido, ver la nada allí donde no hay<br />

nada que ver, sustraer de la realidad su engañosa riqueza”. Y a eso se enfrenta, con<br />

decisión, este brillante libro que, ante una nueva realidad, busca un modo nuevo<br />

de comprensión y un modo nuevo de discurso, un lenguaje capaz de revelar lo<br />

que la mente alcanza y llega a ver, o como ha dicho José Ángel Cilleruelo, que sea<br />

capaz, frente a los cambios operados en la realidad y en la “sensibilidad ante las

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