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Nombrar la vida es entonces el “núcleo sólido / o humus donde fermenten”<br />
unas palabras que “van y vienen” y que “no pesan”. Un nombrar que a la vez da<br />
cuerpo y unidad a un libro que, aparentemente, carece de estructura: sus poemas<br />
van y vienen como hebras que se ovillan, como “hilos destejidos que allí se anudan”,<br />
como estratos que se suman unos a otros en una especie de corriente alterna<br />
poblada de magnitudes y de sentidos que se abren en el flujo de los poemas. Un<br />
flujo que además aparece pautado por una dimensión social y política, arropado<br />
por espacios, lugares y territorios en los que la existencia busca su significado,<br />
en países como Palestina, Túnez o Siria, y en plazas como Tahrir, Syntagma o<br />
Tiān’anmén. Es la constante renovación de “los sueños no vencidos”, como de nuevo<br />
ha dicho John Berger a propósito de lugares como los arriba citados, y que dan<br />
cuerpo a una reflexión y un pensamiento insobornables, saber y sentir cómo “vivir<br />
empieza a parecerse / a sobrevivir, las medidas / y contrapesos, esto por lo otro”.<br />
La vida reflejada en lo que acontece, en el pasar del tiempo, en los lugares y sus<br />
gentes, en la ciudad y en la naturaleza, en una reflexión o en un pensamiento, en<br />
los sueños y en los recuerdos, en una película que se ve, en un libro que se lee o<br />
en un cuadro que se mira, en el amor vivido. Y con todo sorprende la unidad de<br />
una voz sostenida por el pensamiento, por la forma y el poder de su mirada. Una<br />
unidad que tiene que ver con esa extraña continuidad con la cual funciona el corazón<br />
y las emociones: “Sin la revolución, voy solo registrando / lo que pasa por los<br />
ojos del mal / espectador, el que integra en el objeto / sus emociones”. La penetrante<br />
habilidad de percibir orden dentro de lo aparentemente sin orden, es uno de<br />
sus mayores y más elegantes esfuerzos, el de no imponer un orden sino percibirlo,<br />
el del impulso que permite ganar sentido según avanza la lectura y cada pieza,<br />
cada poema, alcanza su encaje.<br />
El título de este extraordinario y admirable libro surge de un poema que, como<br />
ha reconocido el propio Miguel Casado, está inspirado en un autorretrato de Pierre<br />
Bonnard en su vejez, y que da cuenta de esa mirada miope que el pintor y el poeta<br />
comparten: “Pudo pintar / la miopía mirándose con esos ojos / hundidos y velados,<br />
con esos / ojos de no ver, toda la vida / mirando y sintiendo / el sentimiento<br />
de la vista”. Es esa mirada contraída que, sin embargo, padece de un exceso de<br />
potencia y que hace de la distancia su punto de convergencia: “Es la distancia /<br />
lo que hace la relación, no de lo sabido / a lo sabido, sino de lo levemente / desplazado<br />
que no anula lo familiar”. Pareciera, acaso, que el poema sea el punto de<br />
enfoque que su miopía impide. Centrados en el mundo cotidiano, los poemas van<br />
ganando poco a poco terreno a la realidad, poemas que nombran y muestran, y<br />
donde la palabra y la cualidad precisa del nombrar, toman un protagonismo cada<br />
vez más relevante, pues bajo una apariencia de tranquila sencillez y precisa armonía,<br />
se revelan complejos y llenos de matices.