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nayagua

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250<br />

Elías Moro no ha sido un autor prolífico. Tampoco temprano. Ni siquiera como<br />

poeta. Empezó a publicar tarde (si no tenemos en cuenta Contrabando, una plaquette<br />

que apareció en la colección La Centena —de la Editora Regional de Extremadura—<br />

dirigida por Antonio Gómez, en 1987), para lo que es usual, y, ya digo,<br />

con lentitud. Uno, no me importa confesarlo, que le invitó a publicar en la citada<br />

Editora una antología de sus versos, estaba esperando de él un libro así. ¿Cómo?<br />

Una obra sólida, fraguada, digna de la dedicación, el rigor y las lecturas que le<br />

caracterizan. Sin que lo anterior desmerezca, al revés, este libro da la verdadera<br />

medida que el poeta es. O eso creo.<br />

Con la guerra, el dolor y el miedo al fondo, Moro construye un intenso, emocionante<br />

poema fragmentado (sin títulos ni puntos) en el que se insertan, además,<br />

otros poemas que lo complementan. “Hay un rastro”, “Tiro de gracia”, “Derrota y<br />

hambre” y “Los muertos hablan” serían partes de ese poema único al tiempo que<br />

múltiple donde la guerra, protagonista de estos versos, orienta una reflexión sobre la<br />

verdad y la mentira, la memoria y el olvido, la muerte y la vida, por precaria y frágil<br />

que resulte. La unidad viene dada, sobre todo por el tono, el mayor acierto del libro,<br />

y, sí, por la temática bélica que recorre ese rastro. “Interludio animal” (“Cuervos”,<br />

“Moscardas”, “Gusanos”) y “Trilogía de los trenes tristes” (donde estaría el germen<br />

de la obra, tres poemas dedicados a otros tantos europeos derrotados: Hrabal, Zweig<br />

y Levi) completan o arman del todo este memorial del sufrimiento que pone voz<br />

a quienes ya la perdieron (y están, por ejemplo, en las cunetas) o nunca pudieron<br />

alzarla; lo que deja fuera, claro, a los tres escritores citados. Y todo en un tiempo sin<br />

fechas que se sitúa en lugares indeterminados donde personas anónimas luchan por<br />

sobrevivir. En guerras mundiales o civiles. El vocabulario, que se ajusta a la perfección<br />

a lo cantado, logra trasladar al lector una determinada atmósfera intempestiva;<br />

a mi modo de ver, otro de los aciertos de Hay un rastro.<br />

En medio del campo de batalla, entre la desolación y la mugre, perdedores,<br />

exiliados, supervivientes, hambrientos, perdidos, suicidas, muertos (en vida o ya<br />

definitivos), “hombres que ya no son nada, / hombres que ya no son nadie”. Mientras,<br />

“En los casinos de pueblo, / en las salas de banderas, / en negociados ministeriales,<br />

/ en embajadas y palacios, / en cerradas sacristías, // se brinda por el<br />

nuevo orden”.<br />

Elías Moro, que es como escribe y escribe como es, traza este rastro con nobles<br />

palabras de piedad. No hay ensañamiento. Tampoco regodeo. No digamos afán<br />

de venganza. Su mirada es tan implacable como limpia. Tan serena como testifical.<br />

De estos versos salimos más humanos. Tras reconocer, con el poeta, que “no hay<br />

dignidad en el silencio / si es para el olvido”. O que, so pena de estar muertos, no<br />

debemos acostumbrarnos al dolor.

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