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nayagua

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en una especie de complicidad con los supervivientes, aquellos que habitan en el<br />

límite y conviven con la extinción, el fuego que abrasa y con su luz que alumbra,<br />

posibilitando un encuentro inesperado, tal vez la ensoñación del propio poeta en<br />

sus palabras, lejos de líricas concesiones a la sentimentalidad: “Escucha, tú que<br />

ardes en la luz sin consumirte nunca, deja de apretarme la garganta para medir mi<br />

resistencia”.<br />

Los cinco apartados en los que se divide el libro reúne en ellos poemas que<br />

guardan entre sí una relación expresiva, no sabemos si por razones cronológicas o<br />

por la intención estética del autor, pero que logran, no obstante, otorgar un sentido<br />

de unidad al conjunto. Desde un tono contemplativo, donde el yo, en primera<br />

persona, se implica en la tarea de desbrozar interiormente la propia naturaleza que<br />

percibe, la sección inicial, intitulada “Cuaderno de Vejer”, propone el paisaje personal<br />

y la visión íntima como realidad mutante, porque nada, ni siquiera la propia<br />

palabra, es permanente. Todo es fugaz, cambiante o, si insistimos un poco más, ilusorio.<br />

El autor acude a esta mutabilidad y la interviene a través de un lenguaje surreal,<br />

que a veces nos trae ciertas sonoridades lorquianas: “Sueño con el día en que<br />

dejaré mis muletas de tullido colgadas de una buganvilla azul”. Buen comienzo el<br />

de este libro que a lo largo de sus “capítulos” va desarrollando mundos propios<br />

interconectados entre sí, que nos muestran un aspecto de la soledad del hombre<br />

contemporáneo frente a su propia lengua, para el que la poesía más que refugio es<br />

hábitat, estar y ser al mismo tiempo —”Miro y palpo la mañana para verte mejor,<br />

para construir la casa breve del poema”— o frente a la música del otro, aquella que<br />

suena, no para acompañarlo, sino para acrecentar su desamparo: “La línea de demarcación<br />

de nuestra soledad es un pentagrama donde suenan las notas de otros”.<br />

Es destacable la construcción sintáctica de estos poemas, ya de por sí singulares<br />

en el ámbito de la tradición española, y no solo por su exposición formal.<br />

El lenguaje, aunque alcanza grados de tensión absoluta, es flexible y dúctil en su<br />

capacidad de adaptarse a la dicción que requiere el planteamiento de esos mismos<br />

poemas, tal como están concebidos. Bien podría decirse que estos textos encuentran<br />

un parentesco más próximo en la poesía iberoamericana o anglosajona que<br />

en la de su lugar de origen. En las dos últimas partes del libro, “Maldita sea la<br />

gracia” y “No para sí”, se introducen elementos cotidianos que aligeran el poema<br />

en cuanto a su honda densidad. Todo se licua un poco más y, su carga, aunque<br />

sigue siendo profunda, suaviza en apariencia el peso del lector y adquiere a su<br />

vez un lenguaje más suelto y diverso capaz de mostrar en su discurso la liviandad<br />

de sus palabras, “palabras que no pesan, palabras solas que se alzan contra<br />

la nada”: “Estas palabras que brotan entre los escombros se parecen tanto a todas<br />

las palabras. Se levantan entre los deshechos, palabras aladas, para restablecer lo<br />

que nuevamente será aniquilado, para aspirar la fragilidad de este aire de jueves

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