para sus propios hijos con amores compartidos
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Manuel Calviño<br />
real, la distancia es del orden de lo tangible, de lo que puede ser medido.<br />
Su significado aparece expresado en unidades de medida (de espacio, de<br />
tiempo). Es verificable objetivamente la mayor o menor distancia.<br />
Pero en el caso de las relaciones padre-hijo (y en general en todas<br />
las relaciones que <strong>con</strong>tienen la necesidad de la cercanía física), la distancia<br />
física supone una imposibilidad: la del <strong>con</strong>tacto, el roce físico directo. La<br />
imposibilidad del abrazo, del retozo, del beso en la mejilla (lo que en nuestras<br />
culturas latinas es expresión sine qua non de amor, de cariño, de afecto).<br />
Y esto tiene una repercusión en la hermenéutica del menor y la del padre. En<br />
este sentido, la distancia se relaciona <strong>con</strong> frecuencia <strong>con</strong> las interpretaciones<br />
de abandono, desinterés, desatención, etc. Ellas, junto a otras posibles, son<br />
interpretaciones sobre (desde, de) la distancia.<br />
Así como distanciamiento y distancia no son la misma cosa, la<br />
distancia y las interpretaciones sobre ella, tampoco lo son. Sin embargo, ya<br />
sabemos: “Si el hombre define situaciones como reales, ellas son reales en<br />
<strong>sus</strong> <strong>con</strong>secuencias” (Teorema de Thomas según Merton).<br />
La hermenéutica de la distancia supone el predominio de la dimensión<br />
subjetiva. Y en esta, la distancia es representación (vivencia, sentimiento,<br />
percepción, sobre todo apercepción), expresa el sistema vincular<br />
del sujeto <strong>con</strong> aquello <strong>con</strong> lo que guarda distancia.<br />
133<br />
La Psicología, por cierto, ha sido generosa testimoniando la mutación<br />
subjetiva de la percepción de distancia. Desde su tradición más positivista,<br />
desde la llamada Psicología experimental, es algo demostrado que la<br />
distancia valorada, es decir impactada por la subjetividad, corre el camino<br />
de la variabilidad asociada a las <strong>con</strong>diciones en las que está se presenta.<br />
Sabemos que la distancia entre dos puntos unidos por una línea recta en <strong>con</strong>diciones<br />
de cierre o apertura de <strong>sus</strong> extremos representados en cotas, hace<br />
casi inevitable la percepción diferencial del tramo, según lo evidencia la<br />
<strong>con</strong>ocida ilusión de Mueller-Lyer. A la que pudiéramos sumar las <strong>con</strong>ocidas<br />
ilusiones de Ponzo, la de Ebbinghaus. Son ilusiones perceptuales, asociadas<br />
al funcionamiento del cerebro y los estímulos que recibe en ciertas <strong>con</strong>diciones.<br />
Pero evidencias, indiscutibles, del carácter relativo de la percepción,<br />
de la vivencia, de distancia.<br />
Es en este sentido que se hace tan comprensible, y aceptable, la<br />
idea de que “la distancia física entre las personas no tiene nada que ver <strong>con</strong><br />
la soledad” (Robert Pirsig), junto a otra, quizás <strong>con</strong>tradictoria <strong>con</strong> aquella,<br />
según la cual “cuando hay amor la distancia y el tiempo no importan, lo<br />
que importa es cuánto estás dispuesto a soportar su ausencia <strong>para</strong> esperar