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para sus propios hijos con amores compartidos

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Dora P. Celis<br />

Formar en y <strong>para</strong> el amor: un compromiso<br />

Diversos son los vínculos afectivos, que se anidan desde la infancia,<br />

a través de oportunidades y experiencias proporcionadas en el interior<br />

del núcleo familiar, experiencias que están enmarcadas, por demandas,<br />

mandatos y exigencias que van fortaleciendo o perjudicando nuestro mayor<br />

compromiso personal: ser feliz.<br />

Podríamos preguntarnos: ¿Alguna vez nos hemos prohibido expresar<br />

nuestros sentimientos a las personas que amamos?, ¿Tal vez, ignorando<br />

o despreciando a alguien cuando en realidad desearíamos decirle: te amo?<br />

¿O acaso colgamos el teléfono porque sentimos el deseo de pedir u otorgar<br />

disculpas, pero creemos que nuestra masculinidad o feminidad se verá en<br />

franco deterioro por hacerlo? Fortaleciendo lo anterior, se encuentra el no<br />

extinto mandato “cultural” a través del cual se enseña u obliga a los hombres<br />

a no llorar porque tienen que ser fuertes, y a las mujeres a no enojarse<br />

porque deben ser -o al menos parecer-, atentas y dulces todo el tiempo.<br />

¿Desde cuándo inventamos que el sentir tiene exclusividad de sexo? ¿O el<br />

llorar es sinónimo de debilidad? Qué bien nos hace cuando no sucumbimos<br />

a esos viejos <strong>para</strong>digmas tradicionales que enmascaran e impiden la autenticidad<br />

en la expresión de sentimientos y nos damos permiso <strong>para</strong> ser sorprendidos<br />

por las ganancias del actuar honesto y comprometido, obteniendo<br />

los maravillosos beneficios de una expresión autentica de sentimientos (Celis,<br />

2014).<br />

301<br />

Hemos aprendido ¿Nos han enseñado, o nos acostumbramos a<br />

ocultar nuestros sentimientos desde una edad muy temprana?, sin embargo,<br />

estas emociones reprimidas no desparecen, permanecen dentro de cada ser<br />

acumulándose y tomando diversas formas que estructuran la personalidad,<br />

tales como estados de ánimo que comprometen la cotidianidad. Acaso alguna<br />

vez hemos inhibido a los niños a expresar y regular <strong>sus</strong> emociones,<br />

enviándolos incluso de manera agresiva, a un “cuarto <strong>para</strong> pensar” cuando<br />

a gritos nos piden “por favor déjame hablar”, “ayúdame a interpretar lo que<br />

siento”, “no te alteres por favor, yo ya estoy lo suficiente” ¿qué pensará un<br />

niño sin guía en un cuarto “especial <strong>para</strong> pensar”? cuando <strong>sus</strong> emociones<br />

están desbordadas y requiere aprender la autorregulación, el respeto, el auto<strong>con</strong>ocimiento,<br />

¿será que la única manera que aprende es alejarlo, existen<br />

otras…?<br />

Es posible que producto de lo anterior, en<strong>con</strong>tremos personas<br />

adultas pretendiendo que <strong>sus</strong> <strong>hijos</strong> e hijas, cumplan los sueños que, por falta<br />

de decisión e inseguridad, entre otros factores, no pudieron o no quisieron

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