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El inversor inteligente - Benjamin Graham

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EL INVERSOR INTELIGENTE<br />

Como hemos visto en el capítulo 3, las acciones estaban (a principios<br />

del año 2003) sólo levemente sobrevaloradas a juzgar por criterios<br />

históricos. Mientras tanto, a sus precios recientes, las obligaciones ofrecen<br />

una rentabilidad tan reducida que el <strong>inversor</strong> que las compra por su<br />

supuesta seguridad es como el fumador que cree que puede protegerse<br />

frente al cáncer de pulmón fumando sólo cigarrillos con bajo contenido en<br />

alquitrán. Por muy defensivo que se sea como <strong>inversor</strong>, en el sentido de<br />

escasa participación que da <strong>Graham</strong> a ese término, o en el sentido<br />

contemporáneo de escaso riesgo, los valores actuales significan que debe<br />

tener por lo menos parte de su dinero en acciones.<br />

Afortunadamente, nunca ha sido tan sencillo para un <strong>inversor</strong><br />

defensivo comprar acciones. Una cartera en piloto automático permanente,<br />

que ponga a trabajar sin esfuerzo un poco de su dinero todos los meses en<br />

inversiones predeterminadas, puede evitarle la necesidad de tener que<br />

dedicar una gran parte de su vida a seleccionar acciones.<br />

¿Debe comprar lo que conoce?<br />

En primer lugar examinemos una cosa, de la que el <strong>inversor</strong><br />

defensivo siempre se tiene que proteger: la creencia de que se pueden elegir<br />

acciones sin hacer ningún tipo de trabajo de preparación. En la década de<br />

1980 y principios de la década de 1990, uno de los eslóganes de inversión<br />

más populares era «compra 10 que conoces». Peter Lynch, que dirigió<br />

Fidelity Magellan de 1977 hasta 1990, período en el que consiguió el mejor<br />

historial obtenido nunca por un fondo de inversión, fue el defensor más<br />

carismático de esa propuesta. Lynch afirmaba que los <strong>inversor</strong>es<br />

aficionados tenían una ventaja que los <strong>inversor</strong>es profesionales habían<br />

olvidado cómo utilizar: «<strong>El</strong> poder del conocimiento ordinario». Si se<br />

descubre un gran restaurante nuevo, un buen coche, una pasta de dientes o<br />

unos vaqueros, o si se da cuenta de que en el aparcamiento de una empresa<br />

cercana siempre hay automóviles, o que en la sede central de una empresa<br />

se sigue trabajando a altas horas de la madrugada, se tendrá una percepción<br />

personal sobre esas acciones que el analista profesional o el gestor de<br />

cartera nunca podría percibir. En palabras de Lynch, «a lo largo de toda una<br />

vida de comprar coches o cámaras se adquiere un sentido para determinar<br />

lo que es bueno y lo que es malo, lo que se vende y lo que no se vende… y<br />

lo más importante es que usted lo sabe antes de que lo sepa Wall Street». 1<br />

La regla de Lynch, «puede conseguir mejores resultados que los<br />

expertos si utiliza su ventaja invirtiendo en empresas o sectores que ya<br />

1 Peter Lynch con John Rothchild, One Up on Wall Street (Penguin, 1989), pág. 23.<br />

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