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De acuerdo; pero esa desvalorización de los valores vigentes y<br />
su reemplazo por las nuevas tiene que surgir de alguien o de<br />
algunos. ¿Cómo se pondrían de acuerdo los entes que participan<br />
en el grupo dispuesto a reemplazar los valores vigentes por<br />
nuevos? ¿Acudirán al voto democrático? Esto sería contradictorio,<br />
pues uno de los valores que seguramente será reemplazado<br />
por otro nuevo, será el sistema democrático. ¿Los participantes<br />
en el concilio de voluntades de poder, se eliminarán en<br />
una lucha de todos contra todos hasta que se establezca la presencia<br />
de una sola voluntad de poder, en la tarea de imponer<br />
los nuevos valores? No parece probable; al contrario, seguramente<br />
se con-formarán grupos de voluntades de poder que<br />
tendrán que luchar contra otros grupos de voluntades de poder,<br />
en el más puro sentido de lucha entre grupos, no de individuos.<br />
De lo que deducimos que la voluntad de poder que<br />
imponga nuevos valores debe ser una suma de voluntades de<br />
poder, lo que contraría la opinión que Nietzsche tiene de los<br />
grupos sociales a los que consideran que matan al individuo.<br />
El proceso de desvalorización de los valores supremos válidos<br />
hasta el momento no es un suceso histórico entre muchos<br />
otros, sino el acontecimiento fundamental de la historia occidental,<br />
historia sostenida y guiada por la metafísica. En la medida<br />
en que la metafísica ha recibido mediante el cristianismo<br />
un peculiar sello teológico, la desvalorización de los valores<br />
vigentes hasta el momento tiene que expresarse también de<br />
modo teológico con la sentencia: «Dios ha muerto».<br />
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