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ser tan singular en el ningún esfuerzo del parecer; aquel rapto y<br />

vuelo de su vida, con una larga aparición, es, también, lo que no<br />

deja sosegar estas evocaciones en un sereno gesto resignado. Se<br />

trata de un deslumbramiento que quedó ahí, como una herida que<br />

no cesa, como un cierto modo de gratitud maravillada que hace,<br />

incluso, tener lástima de quienes no le han conocido como si hubieran<br />

sido injustamente privados de un beneficio, de un espectáculo<br />

humano al que todos debieran haber tenido acceso. Después<br />

de su contacto amistoso, de alguna manera todos hemos sido otros,<br />

y no por escuela sino precisamente por humana propagación. Yo<br />

considero su proximidad como una de las más grandes venturas<br />

de mi vida. Y esto no tiene nada que ver con mis pobres libros,<br />

sino con el total enriquecimiento de mi ser. Muchos otros pueden<br />

decir otro tanto y muchos lo han dicho.<br />

* * *<br />

Le conocí personalmente a comienzos del año 1933. Nos escribíamos<br />

desde mucho antes. Un crítico ilustre, hablando del<br />

reencuentro de los nuevos poetas con el romance, había juntado<br />

mis Romances galegos (Bs. As., 1928) con el Romancero gitano,<br />

aparecido el año anterior, sin otra relación, claro está, que esta<br />

coincidencia en una forma métrica recobrada en mayor deseo de<br />

propiedad y continuidad que en los meros ejercicios arcaizantes<br />

del modernismo. Un poco antes de nuestro encuentro personal,<br />

Federico empezó a escribir sus poemas en gallego, cuya edición<br />

había de encomendarme al año siguiente.<br />

Ya sabía yo, antes de nuestro personal contacto, de su fascinante<br />

don de gentes, de su involuntario sortilegio sobre los demás.<br />

Y sabía también que sus artes, sin artificio, de juglar de si<br />

mismo, habían llevado su popularidad de boca a oreja, mucho antes<br />

de la aparición de su primer libro. Y a pesar de ello, desde nuestra<br />

primera conversación, sentí yo aquella inevitable zambullida,<br />

aquel avasallamiento que no ofendía, el poder de aquella gracia,<br />

como de concesión teologal, que para nada necesitaba de la complicidad<br />

del tiempo ni de los servicios del menester amistoso. Tal<br />

como dice Neruda: «Era un relámpago vivo, una ternura totalmente<br />

sobrehumana. Su persona era mágica y morena y traía la felicidad».<br />

Mejor que el que la escribió pudo Federico haber trazado<br />

esta frase: «Mi genio está en mi vida; en mis obras pongo mi talen-<br />

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