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que asistía alguna vez a los ensayos y hablábamos de ello. Yerma<br />

fue concebida -y prometida- para la Membrives, de quien Federico<br />

discrepó, con bastante jaleo, al final de la gira por los países<br />

del Plata. La insigne actriz, cuando «le daba la hora», era tan de<br />

armas tomar, que sus cómicos le llamaban, cariñosamente, «Lola<br />

cojones».<br />

Las primeras escenas de Yerma, luego de haberlas contado<br />

mucho, claro, se puso a escribirlas en Montevideo, adonde había<br />

ido «huyendo del agobiante éxito de Buenos Aires», en casa de un<br />

amigo común, Leopoldo Bofill, dandy, ricacho y excelente pianista<br />

(luego se casó y perdió casi todas estas gracias) en el barrio<br />

residencial de Pocitos. Los vecinos de la breve y nemorosa calle<br />

de Pimienta veían al poeta en el jardín trabajando desde muy temprano.<br />

Entre los vecinos, que no llegaban a la docena, y todos<br />

ellos ajardinados, estaban mis «tías» María y Julia Suñer, primas carnales<br />

de los Pi Suñer de España, nacidas en el Uruguay de un<br />

médico emigrado en el siglo XIX por cuestiones políticas. Mi «tía»<br />

María era una mujer extraordinaria en todo; izquierdosa -de raza<br />

le viene al galgo-, gran pianista y profesora, por libre, de algunas<br />

celebridades; mujer de ingenio inagotable y heredado acento catalán.<br />

Sus tertulias de los sábados quedaron como irrepetibles; la<br />

visitaban todos los grandes pianistas de paso. Yo he visto a<br />

Rubinstein improvisando con ella, a cuatro manos y divertidísimos,<br />

sobre cánones de Bach y temas de Mozart. Por allí pasaron muchos<br />

exiliados, todos rojos: Bergamín, católico; Mira y López, agnóstico<br />

y «esquerrá»; el comandante Paco Galán, comunista,<br />

hemano del teniente Galán, fusilado en Jaca; don José Giralt, presidente<br />

del Gobierno en el exilio, etcétera...<br />

Allí repasaba Federico las canciones, nanas y corros granadinos<br />

de «a la rueda rueda», nacidos al girar de las témporas (1), que<br />

luego ofrecería, en conferencias habladas, tocadas y cantadas, al<br />

goce y también al asombro de aquellos públicos, acostumbrados<br />

a sus intelectuales más bien solemnes, pelmazos y estantiguas, sin<br />

faltar. Mi «tía» María murió, con un pie en los cien años, con todas<br />

sus virtudes intactas. Yo le rezo desde entonces con oraciones de<br />

mi invención, porque uno es también algo agnóstico, que le dicen,<br />

por si fuera cierto eso de la salvación y sus virtudes temporales:<br />

la inteligencia, la bondad y la solidaridad humana no resultarán<br />

pasaporte adecuado para la eternidad. (Y pido perdón al<br />

lector por este inciso largo, pero nada divagatorio, sino muy en el<br />

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