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Pensábamos en el universo abigarrado y rico de los trovadores y<br />

«dezidores» en cuyo verbo el pueblo ama, sufre y odia, al margen<br />

de la solemne indiferencia de los poetas del mester de clerecía.<br />

Pensábamos en el Arcipreste de Hita, empapado de trashumancia<br />

vital, de juglaría irreverente y saludable. Pensábamos en Lazarillo<br />

con su martirio sonriente y cínico, ascético en cierto modo, riendo<br />

y llorando en su submundo admitido como una nueva «moira»,<br />

mientras pasan, festoneando su hambre, las cabalgatas imperiales.<br />

Pensábamos en Cervantes, más hijo de la vida que de los libros,<br />

urdiendo, contra las persuasiones literarias que le empujaban<br />

al «Persiles», su Quijote, sus novelas y entremeses, transidos<br />

de vida cotidiana, de idealismo desenfrenado, de justicia de acción<br />

directa, de ironía frente a la gravitación estamental. Pensábamos<br />

en Góngora, el de las letrillas y dicterios, el tertuliano de<br />

colmillo retorcido y aceradas frases, más navajas que espadas. Pensábamos<br />

en todo Quevedo, aun en el doctrinal, renacentista y<br />

escritor sui generis y en todo Lope, que amaba la carne de mujer,<br />

que rezaba siempre con voz de amante, aun por debajo o por<br />

encima de sus estructuras sacras y que instalaba el hablar del<br />

pueblo frente al pulido paso de danza con que iban enterrando a<br />

España los Felipes. Pensábamos en el terrible silencio velazqueño,<br />

con la acusación de sus meninas, de sus bobos, de sus irónicas<br />

mitologías, y en un Murillo que contrapesa sus fulgentes<br />

transfiguraciones marianas con piojosos y lacerados, y pensábamos,<br />

en fin, en el advenimiento y reventón de Goya, no sólo soplando<br />

en la hoguera -que luego iluminó a toda Europa- del extinto<br />

color español, sino pintando la degeneración borbónica en<br />

las propias narices de los retratados y metiendo su Albañil herido<br />

en una de las cámaras reales del Escorial para que sus graciosas<br />

majestades durmiesen en compañía del primer accidentado del<br />

trabajo que, sin ningún apaciguamiento estético, asoma a la pintura<br />

del mundo.<br />

Muerte del poeta<br />

Todo lo que había sido elegía sistemática, recuento masoquista<br />

o disconformismo intelectual en la generación del 98, fue<br />

para la de García Lorca certeza positiva, afán creador, segura intuición<br />

en los valores permanentes del pueblo español, conservados<br />

por ese mismo pueblo contra viento y marea y, a veces, entre<br />

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