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Pero embridemos la divagación. Tiempo habrá de hablar de<br />

todo ello. En mi próximo curso de la Escuela de Temporada de la<br />

Universidad sobre «Lírica española contemporánea», Federico contará<br />

con cinco lecciones, con cinco intentos de apresamiento y<br />

fijación. Volvamos ahora al tema de los poemas gallegos, a las contingencias<br />

de su publicación. Empecemos por fijar un dato: Los<br />

poemas gallegos no aparecieron por primera vez, como creen<br />

muchos, en la edición de sus Obras Completas de la Editorial<br />

Losada. Se los facilité yo, publicados ya en libro, junto con el Libro<br />

de Poemas del que no había otro ejemplar visible en Buenos<br />

Aires; lo que demuestra que sus íntimos y minuciosos enterradores<br />

no tenían las obras del poeta. Recuerdo que, a fin de que el<br />

preciado ejemplar no saliese de mis manos y quedase a salvo de<br />

menoscabo y extravíos, lo copié a máquina y se lo entregué a G.<br />

de Torre, junto con los poemas gallegos.<br />

De las seis composiciones en esta lengua, sólo en uno no<br />

tuve arte ni parte. Lo escribió Federico en 1932 -Madrigal â cibdá<br />

de Santiago- durante una gira de estudiantes patroneada por Arturo<br />

Soria, actualmente exiliado en Chile. El Madrigal fue publicado<br />

en El Pueblo Gallego de Vigo. De los cinco restantes, después de<br />

oírselos recitar innumerables veces, uno me lo dio en cuartilla<br />

autógrafa –Noiturnio do adoescente morto– sin pasar en limpio,<br />

escrito en gallego fonético un poco aportuguesado, lleno de tachaduras<br />

de letra, enmiendas, vacilaciones y finales de verso para<br />

los que proponía hasta dos y tres variantes en la misma asonancia;<br />

lo cual demuestra hasta qué punto conocía auditivamente el<br />

idioma. Para su fijación definitiva no tuve más que acudir a mi<br />

memoria -que es muy buena, gracias a Dios- y reproducirlo tal<br />

como él solía recitarlo, que tampoco es siempre igual. Esto era<br />

muy frecuente en Federico. Dudaba angustiosamente de la forma<br />

definitiva. Cuando me entregó para una revista que yo codirigía<br />

en Madrid -Ciudad- el primer poema que vio la luz, del que luego<br />

había de ser su libro El diván del Tamarit –¿qué habrá hecho<br />

la Universidad franquista de Granada con la totalidad de estos poemas,<br />

que quedaron en manos de Gallego Burín, para ser publicado<br />

el libro por aquella casa de estudios?–; cuando me entregó,<br />

digo, este poema hube de volverme tarumba para reflotar de aquellas<br />

restingas del manuscrito, la nitidez del texto. Tengo varios autógrafos<br />

del poeta y todos ellos demuestran esta misma persecución<br />

torturante de la forma. El de la maravillosa Gacela del Merca-<br />

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