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lorca

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Hace ahora tres años, yo mismo buscaba su yacija anónima por la tierra<br />

labrantía de la vega de Granada, seguro y casi contento de no hallarla. ¿Para<br />

qué, si estaba en todo, si todo era su rumor poblando el mismo aire de sus<br />

versos, como cuando el poeta adolescente jugaba a la muerte y al dolor?<br />

El grito deja en el viento<br />

una sombra de ciprés.<br />

(Dejadme en este campo llorando)<br />

Todo se ha roto en el mundo,<br />

no queda más que el silencio.<br />

(Dejadme en este campo llorando).<br />

Por las ramas del laurel<br />

van dos palomas oscuras,<br />

la una era el sol,<br />

la otra, la luna.<br />

Vecinitas, les dije<br />

¿dónde está mi sepultura?<br />

En mi cola, dijo el sol,<br />

en mi garganta, dijo la luna.<br />

Yo iba solo sin estar solo, por la vega de Granada, hacia una sepultura<br />

sin nombre y sin lugar que lo llenaba todo, desde la sierra bicorne de Elvira<br />

hasta donde la Nevada levanta sus cristales, frontera transparente de la España<br />

del sur. Por allí habíamos andado Federico y yo. Por allí seguíamos andando,<br />

que este seguir andando juntos es lo que no se puede matar mientras nuestra<br />

generación viva. Yo le iba diciendo mis versos escritos en Buenos Aires,<br />

hace veinte años:<br />

No hay mención para tu falso sino,<br />

lo cierto es tu vivir en cada cosa;<br />

el aire en ti, el pájaro, la rosa,<br />

la espiga exacta y el celado vino;<br />

las presencias de innúmero destino:<br />

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