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Leadbeater Charles - Vida Interna 2.pdf - Agricultura Celeste

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La <strong>Vida</strong> <strong>Interna</strong> - C.W. <strong>Leadbeater</strong><br />

tránsito al devachán suele denominarse muerte en el plano astral y nacimiento en el mundo<br />

celeste. Así pues, no es extraño que se haya llamado “renacimiento en forma animal” a uno de<br />

los casos anormales a que acabamos de referirnos, aunque la palabra renacimiento así<br />

empleada no tiene en absoluto el mismo significado que le damos en la literatura teosófica.<br />

En recientes investigaciones nos llamó la atención un caso que difería de todos los anteriores<br />

en el cual el hombre establecía, intencionadamente, el comercio con el animal para eludir algo<br />

que le parecía mucho peor. Sin duda que también los antiguos conocieron este caso, pues<br />

aluden a él las tradiciones sobre la reencarnación animal. Procuremos explicarlo.<br />

Al morir el hombre, la parte etérica de su cuerpo físico se retrae de la densa, y poco después,<br />

generalmente al cabo de unas cuantas horas, el astral se desprende del etérico y empieza la<br />

vida astral del ego. Por lo común, el hombre queda inconsciente hasta librarse del etérico y al<br />

despertar a nueva vida se halla ya en el plano astral. Pero hay casos en que el hombre se aferra<br />

tan desesperadamente a la existencia terrena, que su vehículo astral no puede desprenderse del<br />

etérico y entonces despierta rodeado de materia etérica.<br />

Ahora bien, el cuerpo etérico es tan sólo una parte del físico y no sirve por sí mismo de<br />

vehículo de conciencia, es decir, que no constituye un cuerpo en que pueda vivir y funcionar<br />

el ego. Así, el infeliz que despierta rodeado de materia etérica, esto es, envuelto en la parte<br />

etérica de su cuerpo físico, queda en un estado muy desagradable y suspendido, por decirlo<br />

así, entre dos planos. La envoltura etérica lo separa del astral y, al propio tiempo, carece de<br />

órganos físicos para relacionarse con la tierra, por lo que se ve zarandeado, solitario,<br />

sordomudo y horrorizado en una densa y melancólica niebla, incapaz de comunicarse con los<br />

habitantes de los mundos astral y físico, vislumbrando a veces algunas otras almas errantes en<br />

su misma situación e impotente para relacionarse ni siquiera con ellas, ni asociarse a ellas, ni<br />

detenerlas en su errabunda y desorientada marcha que las arrastra y engolfa en la tenebrosa<br />

noche. De cuando en cuando, la envoltura etérica se rasga lo bastante para permitir un<br />

vislumbre de las escenas astrales, aunque esto, en vez de alentar al ego lo pone en mayor<br />

zozobra porque lo cree un vislumbre del infierno. A veces columbra vagamente un objeto<br />

familiar terreno al pasar junto a una vigorosa imagen mental, pero las raras y tantálicas<br />

rasgaduras del velo etérico sólo sirven para densificar luego las tinieblas y sumir al alma en la<br />

más profunda desesperación. La infeliz no comprende que con sólo desistir de su frenético<br />

apego a la tierra entraría, tras pocos momentos de inconsciencia, en la vida astral ordinaria,<br />

pero precisamente este apego es lo que la alucina, y por no perder aquella mísera<br />

semiconciencia que tiene, prefiere aferrarse al mundo gris de la niebla circundante antes que<br />

sumirse en el, a su parecer, abismo de anonadamiento y aniquilación. A veces, las blasfemas<br />

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