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Leadbeater Charles - Vida Interna 2.pdf - Agricultura Celeste

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La <strong>Vida</strong> <strong>Interna</strong> - C.W. <strong>Leadbeater</strong><br />

cigarrillos cuando de repente extendió la mano derecha de un modo particular hacia<br />

el fuego con la palma hacia arriba. La miró ella sorprendida, y lo mismo me<br />

sucedió a mí, pues me encontraba cerca, con el codo apoyado en la repisa de la<br />

chimenea. Varios de los presentes vimos que sobre la palma de la mano de la<br />

señora Blavatsky se levantaba una neblina blanquecina que, a poco, se convirtió en<br />

un papel doblado que me entregó diciendo: “He aquí su respuesta.” Como es<br />

natural, todos los circunstantes se agolparon alrededor; pero la señora Blavatsky me<br />

mandó fuera para leer la respuesta, pues sólo yo tenía que enterarme de su<br />

contenido.<br />

El Maestro me escribía que mi intuición de abandonarlo todo para marcharme a<br />

Adyar era acertada, y que esto era lo que esperaba de mí, aunque El no podía<br />

pedirlo sin que antes yo me decidiese a ello. Después se me dijo que embarcara<br />

unos días más tarde para reunirme con la señora Blavatsky en Egipto, como así lo<br />

hice. En El Cairo, nos alojamos en el Hotel Oriente, y allí vi por primera vez a uno<br />

de los miembros de la Fraternidad. Yo estaba sentado en el suelo, a los pies de la<br />

señora Blavatsky, escogiendo algunos papeles para ella, cuando me sorprendió ver<br />

entre nosotros a un hombre que no había entrado por la puerta. Era el hoy Maestro<br />

D.K., aunque por entonces no había conseguido los grados que debían convertirlo<br />

en adepto.<br />

Mi estancia en Egipto con la señora Blavatsky me sirvió de muy provechosa<br />

experiencia, pues de continuo me enseñaba mucho del aspecto oculto de cuanto allí<br />

veíamos. Ella había estado antes en Egipto y conocía a unos dignatarios oficiales, entre<br />

ellos al primer ministro Nubar, al cónsul de Rusia, señor Hitrovo, y especialmente al<br />

señor Maspero, conservador del museo, en cuya compañía lo visitamos, dándole la<br />

señora Blavatsky copiosísimos informes acerca de las curiosidades puestas a su<br />

cuidado.<br />

La señora Blavatsky conocía el árabe y nos recreaba enormemente al traducirnos las<br />

observaciones que los graves y atildados mercaderes árabes hacían entre ellos con<br />

respecto a nosotros en los bazares. Después de llamarnos perros cristianos y despotricar<br />

contra las mujeres europeas, la señora Blavatsky se acercó a ellos y, en su propio<br />

idioma, les preguntó si les parecía que aquella era la mejor manera, para un hijo del<br />

Profeta, de hablar de quienes esperaban ganancia en su negocio. Los comerciantes<br />

quedaron confusos, pues no se figuraban que ningún europeo pudiera entenderlos.<br />

Sin embargo, el árabe era el único idioma oriental que conocía la señora Blavatsky,<br />

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