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LECTURAS UNO DE AGOSTO DE 2008 - Insumisos

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Algunos de nuestros movimeintos sociales más potentes —a nadie se le eescapa que en esto,<br />

como en muchas otras cosas, funciona la sintonía identitaria— están subvencionados por<br />

instituciones, manejan abultados presupuestos, cuentan con multitud de profesionales e incurren,<br />

para su propio sostenimiento, en flagrantes contradicciones. El sistema es la expresión totalitaria<br />

de una relación de fuerzas en la que hasta sus partes débiles, conscientes o no, se ven en la<br />

obligación de sostener el polo de fuerza que las oprime.<br />

Si en otras épocas los movimientos sociales tuvieron alguna capacidad de influir en los<br />

acontecimientos, la realidad hoy deja mucho que desear. Nos guste o no, la práctica de muchos<br />

colectivos sustenta el mundo contra el que lucha: no es fácil habitar la tremenda aporía de ser<br />

miembros de pleno derecho de aquello que repudiamos y contra lo que luchamos. Decimos NO a<br />

una miríada de experiencias indeseables que, si se produjeran, vaciarían de sentido la vida tal y<br />

como la vivimos: si el NO que proferimos en infinidad de luchas se hiciera carne y no sólo verbo<br />

deberíamos desertar de infinidad de chucherías cotidianas —alimentarias, de transporte, de<br />

tecnología, de ocio…—. Por eso podemos decir una cosa y hacer la contraria: el acto mismo de la<br />

protesta es un gesto que reconforta el ánimo pero deja el mundo intacto. Para que podamos<br />

dislocar este binomio debemos afrontar que el diagnóstico del malestar es realizado por la<br />

enfermedad misma.<br />

O mantenemos discursos radicales que difícilmente pueden llevarse a efecto (y que por tanto nos<br />

eximen de su cumplimiento) ó reivindicamos una pedagogía de mínimos concebida como una<br />

metodología de lo posible para ir avanzando: ¿hacia dónde? Los planteamientos de máximos, ni<br />

son posibles ni entendibles, pero, ¿adónde nos conduce reivindicar lo posible?<br />

Los movimientos sociales de hoy han cambiado la utopía por la audiencia. Por eso los pocos que<br />

no buscan reconocimiento y se salen del guión, son acusados de terroristas, son juzgados y<br />

encarcelados — Itoiz— lo que es poco o nada deseable por una cibermilitancia ávida de diversión y<br />

poco amiga de llevar hasta las últimas consecuencias la radicalidad discursiva —lo que por otro<br />

lado es entendible, dado el alto coste—. La esencia espectacular se ve en las manifestaciones<br />

antiglobalización, las movilizaciones contra la guerra y las huelgas generales, por poner algunos<br />

ejemplos. No podía ser de otro modo si los colectivos están formados por sujetos sujetados, que<br />

con nuestros empleos, nuestras formas de consumo, en definitiva, con nuestras formas de vida,<br />

somos el sustento necesario de un mundo abominablemente abstracto que incorpora el<br />

descontento y lo transforma en democracia.<br />

La idea de una transformación social radical motivada por una crisis coyuntural puede invitar a<br />

pensar a quienes conciben la acción política de los Movimientos sociales teleológicamente que ha<br />

llegado el momento de que las ideas y prácticas de estos nutran el malestar social. Estaríamos así<br />

ante un reordenamiento del sistema que pretende cobrarse un precio —grande o pequeño— para<br />

resituar su estado de equilibrio. Sería un reajuste más que desgasta —o potencia— al gobierno de<br />

turno y que busca aprovecharse del miedo y la incertidumbre para aumentar la brecha entre<br />

clases sociales e implementar medidas de control de más calado. Los MMSS buscarían aquí<br />

denunciar la precariedad, los abusos, las injusticias…, en una acción reactiva, defensiva, en un<br />

entorno que hace cada vez más difícil abrir espacios no contaminados por la lógica mercantil y<br />

militarista que, en líneas generales, define el marco social en el que actuamos y del que en buena<br />

medida estamos impregnados.

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