Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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220 <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>. El sentido de la vida.<br />
11. Muerte y fallecimiento.<br />
¿Qué significado tiene la transformación mortal del individuo para la <strong>persona</strong>?<br />
Pues el individuo nace y muere; pero la <strong>persona</strong> no nace, salvo por metáfora, ni tampoco<br />
muere (salvo por metáfora): la muerte transforma al individuo en un cadáver,<br />
pero no hay cadáveres de <strong>persona</strong>s como tampoco hay embriones de <strong>persona</strong>s. El<br />
«nacimiento» de la <strong>persona</strong>, según hemos dicho, presupone un individuo humano<br />
altamente desarrollado. Podemos decir que, dado un individuo, en condiciones adecuadas<br />
sociales e históricas, llegará a constituirse como <strong>persona</strong>. La «constitución»<br />
es a la <strong>persona</strong> lo que el «nacimiento» es al individuo. La constitución de la <strong>persona</strong><br />
es un proceso, como también lo es el nacimiento, pero dado a otra escala. El idioma<br />
espaítol tiene una palabra que, en su uso más propio, se aplica específicamente al<br />
«término de la vida <strong>persona</strong>l humana» pero no con propiedad al fínal de la vida individual<br />
zoológica (o humana pero en cuanto zoológica): es la palabra «fallecimiento»<br />
[la RAE define el fallecer como acabamiento de la vida, sin precisar a qué<br />
acepción de vida se refiere, pero por el uso se deduce que se trata de la acepción 10:<br />
«<strong>persona</strong> o ser humano»]. En español decimos que «ha fallecido tal <strong>persona</strong>», pero<br />
sería ridículo decir que «ha fallecido tal caballo»: diremos que ha muerto. Por tanto,<br />
la <strong>persona</strong> fallece, no muere: muere el individuo. Si bien postularemos (aunque esto<br />
exigiría un desarrollo pormenorizado) que el fallecimiento de la <strong>persona</strong> se produce<br />
única y exclusivamente como consecuencia de la muerte del individuo con quien<br />
está unido hipostáticamente. Este postulado tiene mucho de convención jurídica,<br />
pero en todo caso esta convención no es una «cantidad despreciable». Pues esa convención<br />
implica nada menos que el conjunto de las restantes <strong>persona</strong>s está considerando<br />
como <strong>persona</strong> al individuo viviente que aún no ha muerto, del mismo modo<br />
que file un conjunto de <strong>persona</strong>s aquel que consideró <strong>persona</strong> al individuo recién<br />
nacido, todavía sin el «uso de la razón», y gracias al cual su <strong>persona</strong>lización puede<br />
considerarse como un proceso abierto. Podría, sin duda, sostenerse la posibilidad de<br />
hablar de un fallecimiento de la <strong>persona</strong> anterior a la muerte de su individualidad,<br />
de la misma manera por la que la <strong>persona</strong> se constituye después del nacimiento del<br />
individuo. Esto obligaría a retirar la ccmdición de <strong>persona</strong> a un individuo que por<br />
enfermedad, accidente o decrepitud congénita o senil está -como se dice en lenguaje<br />
^icfixitñco-des<strong>persona</strong>lizado. Sin embargo, y aunque jurídicamente el individuo<br />
des<strong>persona</strong>lizado no es considerado como <strong>persona</strong> de pleno derecho, en la mayoría<br />
de los Estados (por no decir en la totalidad) ha parecido prudente subordinar el fallecimiento<br />
a la muerte, dada la posibilidad, por remota que ella sea, en muchos casos,<br />
de que el individuo des-<strong>persona</strong>lizado se recobre en algún momento, aunque<br />
no sea más que para testar, como cuando se recobra diariamente después del sueño.<br />
Los desfallecimientos de la <strong>persona</strong>lidad que tienen lugar anteriormente a la muerte<br />
del individuo no deberían ser pues confundidos con un fallecimiento. Y en todo<br />
caso, no hay que olvidar que la des<strong>persona</strong>lización que en nuestra sociedad de masas,<br />
amenaza cada vez con más fuerza a los enfermos terminales y ancianos, es un<br />
efecto de esa sociedad antes que un efecto meramente «biológico». En la sociedad<br />
helenística, sin perjuicio de todos sus horrores, podía sin embargo decir Epicuro:<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996