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Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno

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<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> y <strong>persona</strong>. VII 173<br />

de la <strong>persona</strong> será recogida también por Santo Tomás, cuando, tras constatar cómo<br />

todos los seres finitos, en su condición de meras partes del Mundo, no pueden ser<br />

libres, define al alma humana como un ente que ha sido hecho a imagen de Dios,<br />

de suerte que, mediante el conocimiento, «se convierte, de algún modo, en todas<br />

las cosas» (anima est quodam modo omnia, dice Santo Tomás en De veritate, q.2<br />

a.2). El idealismo transcendental asumirá la tarea de la reexposición de esta idea<br />

de la «conciencia <strong>persona</strong>l» como entidad inmediatamente referida al universo<br />

{apercepción transcendental) y a Dios.<br />

La concepción de Kant (que como vemos incorpora tradiciones muy antiguas)<br />

se mantendrá, como un hilo rojo, a través de los más diversos sistemas filosóficos<br />

del pasado y del presente siglo. Nos referiremos, ante todo, a la citada<br />

concepción de Max Scheler, esbozada en su obra El puesto del Hombre en el Cosmos,<br />

en la cual el hombre será caracterizado por su capacidad de alcanzar la «intuición<br />

de las esencias». Esta tesis parece una versión de la definición tradicional<br />

del entendimiento humano. Los tomistas, en efecto, definían al entendimiento humano<br />

por su capacidad para conocer los universales, y en esta capacidad fundaban<br />

la posibilidad de la libertad humana (gracias a que conocemos los universales<br />

podemos elegir entre sus «inferiores» y no estamos determinados, como el<br />

animal, por la concatenación de los fenómenos concretos individuales). Gracias<br />

a esta capacidad el hombre, afirma Scheler (como antes lo había afirmado Santo<br />

Tomás), ya no puede decir con propiedad: «soy una parte del mundo; estoy cercado<br />

por el mundo.» Pues el ser actual del espíritu y su <strong>persona</strong> es superior incluso<br />

al modo del ser propio de este Mundo, en el espacio y en el tiempo:<br />

«En esta vuelta en tomo suyo, el hombre hunde su vista en la nada, por decirlo así.<br />

Descubre en esta mirada la posibilidad de la nada absoluta y ésta le impulsa a seguir<br />

preguntando: ¿Por qué hay un mundo? ¿Por qué y cómo existo yo? Repárese en la rigurosa<br />

necesidad esencial de esa conexión que existe entre la conciencia del mundo,<br />

la conciencia de sí mismo y la conciencia formal de Dios en el hombre.»<br />

Scheler, por lo demás, en esta su última obra, rechaza la interpretación teísta<br />

de un Dios espiritual y <strong>persona</strong>l y afirma «con Espinosa y Hegel» que el Ser primordial<br />

adquiere conciencia de sí mismo en el hombre, en el mismo acto en que<br />

el hombre se contempla fundado en Él.<br />

En los últimos años, y como reacción a la visión heredada del Universo físico<br />

como «el conjunto im<strong>persona</strong>l de procesos que se desarrollan con absoluta independencia<br />

e indiferencia del hombre», va extendiéndose poco a poco la idea (apoyada<br />

en conceptos tomados de la física nuclear y de la astrofísica) según la cual el<br />

universo físico habría de ser pensado como si estuviese referido y «proporcionado»,<br />

en sus medidas, al hombre. Y no ya -según las interpretaciones más radicales- al<br />

hombre en cuanto ser vivo «construido sobre el carbono», sino al hombre en cuanto<br />

<strong>persona</strong> capaz de conocer físicamente al universo o, como se dice también, capaz<br />

de medirlo, en recuerdo del principio de Protágoras que acabamos de mencionar:<br />

«El hombre es la medida de todas las cosas.» Nos referimos al llamado principio<br />

<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996

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