Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> v <strong>persona</strong>. IX IS7<br />
voco, sino que, por el contrario, ambas acepciones, por opuestas que ellas sean,<br />
son también momentos de un mismo proceso dialéctico en virtud del cual habría<br />
que decir que el Hombre, en cuanto «<strong>persona</strong> humana», implica al Hombre, aunque<br />
sea por modo de negación del Hombre en cuanto animal cultural.<br />
No se trata de presentar al hombre, globalmente tomado (en cuanto opuesto al<br />
animal), como una mera especie co-genérica dada dentro del orden de los primates<br />
(acaso de-generada, como un «mono mal nacido»); ni tampoco como un «reino nuevo»<br />
que se ha elevado, en virtud de una cultura superior al éter de los valores supremos,<br />
a lo eterno. Aquí damos por descontado que es pura metafísica ver en el hombre, en<br />
razón de los contenidos precisos de su cultura (de sus culturas), bien sea a la más abyecta<br />
degradación de la Naturaleza (la cultura como un simple aparato ortopédico<br />
del mono mal nacido: AIsberg, Klages, Daque, &c.), bien sea como la culminación<br />
o perfección del entero Mundo natural (la «dignidad del hombre» como «dominador<br />
de la Naturaleza», «continuador de la obra divina de la Creación», o incluso «Dios<br />
mismo»). Una banda de hombres equipados con armas culturales elementales puede<br />
ser mucho más fuerte y eficaz que una manada de fieras «equipada» con sus armas<br />
naturales; pero, ¿en virtud de qué fundamentos (no mitológicos) nos atreverfamos a<br />
decir que los hombres que han construido las catedrales barrocas en las que flota la<br />
nueva música del órgano son «más creadores» o «dominadores de la Naturaleza»,<br />
más excelsos que las abejas que han construido un panal? Porque un panal no es menos<br />
«maravilloso» (tampoco más) que una catedral barroca. Los hombres, sin duda,<br />
en función del desarrollo de su cultura objetiva (social y material) y de los procesos<br />
de anamorfosis que este desarrollo comporta, han comenzado a girar en tomo a «centros<br />
nuevos» respecto de aquéllos en tomo a los cuales giran otras especies animales;<br />
han comenzado a ser gobernados por leyes irreducibles a las leyes etológicas.<br />
Pero ello no nos autoriza a ver en la Antropología (que se ocupa de esas «leyes») la<br />
puerta que nos abre el acceso a los umbrales de un «Reino de la libertad», o acaso de<br />
un «Reino del amor», que pudiéramos considerar, por lo menos, como el atractor último<br />
de nuestra especie. La Antropología etnológica no es Zoología ni fitología (puesto<br />
que ella se constituye tras la «inversión antropológica»), pero tampoco es Filosofía<br />
del Espíritu, para decirlo al estilo hegeliano, ni Teodicea, para decirlo al estilo de<br />
Leibniz. En cierto modo, encontramos bastantes motivos para afirmar que el cuadro<br />
de los hombres como animales culturales (o como <strong>persona</strong>s) que nos ofrece la Antropología<br />
es mucho más siniestro que el cuadro que puede ofrecernos la Etología<br />
(y esto teniendo a la vista no sólo sociedades primitivas, sino también sociedades llamadas<br />
civilizadas). Al menos la perspectiva etológica, por cuanto tiene a la vista especies<br />
diferentes de la nuestra, puede invocar el derecho a no tolerar que se establezcan<br />
comparaciones fundadas de carácter moral, estético o religioso entre las<br />
diferentes culturas animales. Es posible, sin embargo, y más aún, es necesario, establecer<br />
comparaciones objetivas en escala de inteligencia técnica, de eficacia, &c.<br />
Puede decirse, en relación a un test adecuado, que una gallina es menos inteligente<br />
que un perro, pero no puede decirse, en cambio, que una gallina es más cruel, o éticamente<br />
inferior a un perro. Pero la perspectiva antropológica, por muchos esfuerzos<br />
de neutralidad que realice, no puede, sin recaer en la Etología (la fórmula del pri-<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996