Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> y <strong>persona</strong>. XI 223<br />
fallecimiento, incluso como una muerte <strong>persona</strong>l, en el sentido de que ahora el<br />
proceso de la muerte puede comenzar a ser percibido desde la <strong>persona</strong> y la individualidad<br />
de la muerte alcanzará un significado peculiar. Que la muerte es <strong>persona</strong>l<br />
y que por ella el individuo queda encerrado en su absoluta privacidad (y la<br />
muerte determina unos límites indeterminados que se aplican virtualmente a cualquiera<br />
de los puntos de la vida) es un secreto a voces, apenas disimulado por ciertas<br />
creencias y ceremoniales religiosos que parecen destinados a encubrir este carácter<br />
privado del proceso de la muerte del individuo <strong>persona</strong>lizado. En este punto<br />
ha insistido abundantemente la literatura «existencial» y ella tiene el mérito de<br />
haber formulado enérgicamente -remontando el bloqueo de las creencias religiosas<br />
por un lado, pero también el de la percepción biologista positivista de la muerte<br />
por otro- la peculiaridad de la «muerte <strong>persona</strong>l» y la tonalidad «sombría» (en el<br />
límite, angustiosa) que le corresponde y que sólo artificiosas y frivolas llamadas<br />
a la alegría, a tetrafármacos de diversa inspiración, pretenden disimular (a la par<br />
que se disimula el cadáver con una cosmética chillona a la que tan aficionado es<br />
el kitsch yanqui). Todo esto puede tomarse como un hecho. Pero lo cierto es que<br />
es un hecho que requiere una comprensión racional. Martín Heidegger ofreció, en<br />
el primer cuarto de nuestro siglo, fórmulas que se han hecho famosas apelando<br />
fundamentalmente a la idea de la «posibilidad de la imposibilidad»; idea destinada<br />
a lograr la comprensión del hecho de la muerte («la muerte es la posibilidad<br />
de la absoluta imposibilidad del Dasein»). Nos parece, sin embargo, que estas fórmulas<br />
metafísicas se mantuvieron más bien en el proceso de reformular el hecho<br />
mismo de la muerte humana, y ello no era poco. Sin embargo, estas fórmulas podrían<br />
aplicarse también a la muerte de un individuo animal: también su muerte es<br />
«suya», individual. No reside en esa individualidad de la muerte la peculiaridad<br />
de la muerte <strong>persona</strong>l, ni llegamos a la comprensión de la tonalidad «sombría»<br />
que a esa muerte <strong>persona</strong>l puede corresponderle eventualmente, apelando a la<br />
Nada, porque, como ya hemos dicho, la muerte no es una aniquilación, y porque<br />
vincular la angustia con la nada, al modo de Kierkegaard, nos parece mera teología<br />
sin sentido («la angustia ante la muerte es angustia 'ante' el 'poder ser' más<br />
peculiar irreferente e irrebasable», del §50 de Ser y tiempo).<br />
Por nuestra parte, recurrimos a la idea de la <strong>persona</strong> que hemos esbozado<br />
para tratar de comprender tanto la naturaleza de esa peculiaridad de la muerte humana<br />
que nuestro siglo ha logrado dibujar como un hecho, como la tonalidad sombría<br />
que corresponde adecuadamente a esa peculiaridad.<br />
La peculiaridad de la muerte <strong>persona</strong>l podría ser deducida, en efecto, de la<br />
misma peculiaridad que la <strong>persona</strong> humana tiene en relación con el individuo zoológico.<br />
La vida proléptica de un primate, o de un homínida, o de un hombre en<br />
cuanto organismo animal, está circunscrita a un radio temporal tan limitado que<br />
puede medirse en horas, ni siquiera en días. No hay ninguna razón que autorice a<br />
atribuir a un primate un «plan» o un programa de acción que rebase el intervalo de<br />
tiempo que su cuerpo necesita invertir para alcanzar el objetivo apotético que se<br />
ofrece a sus intereses -lo que no quiere decir que su conducta no esté controlada<br />
por factores que actúan a un ritmo de intervalos temporales mucho más laicos, pero<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996