Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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174 <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>. El sentido de la vida.<br />
antrópico, propuesto inicialmente por Robert H. Dicke, en 1961, como alternativa<br />
del principio cosmológico perfecto. El principio antrópico se presentó inicialmente<br />
como un análisis de un trabajo de Dirac en el que se sugerían curiosas relaciones<br />
entre ciertos números adimensionales: el de la constante de interacción gravitatoria,<br />
entendido como el recíproco de la raíz cuadrada del número de partículas con<br />
masa del Universo; un número que, a su vez, se correspondía con el cuadrado de<br />
la edad del Universo; por último, la «constante de interacción gravitatoria», aparecía<br />
como recíproca de la edad del universo, medida en unidades atómicas. Pero<br />
estas dos últimas relaciones (la primera podría explicarse por el principio de Mach,<br />
relativo a la debilidad de la interacción gravitatoria entre las partículas del universo<br />
dotadas de masa y a enormes distancias mutuas) sólo pueden observarse en la era<br />
actual, en la «era del Hombre». De aquí el «principio antrópico», que cuando es<br />
interpretado en la forma del llamado principio antrópico fuerte, se orienta claramente<br />
en una dirección antropocéntrica transcendental. Y no sólo en su sentido<br />
epistemológico, que podría vincularse al neokantismo, por su concepción del «mundo<br />
fenoménico» como objeto de las ciencias naturales («es necesario tener en cuenta<br />
los observadores humanos para poder dar razón de las medidas del Universo obtenidas<br />
por las ciencias físicas»), sino también en un sentido ontológico de signo<br />
inequívocamente <strong>persona</strong>lista (Vid. John D. Barrow & Frank J. Tipler, The Anthropic<br />
Cosmological Principie, Oxford 1986, capítulo 3. Tipler, en su libro posterior<br />
antes citado, defiende explícitamente un «postulado de la vida eterna» y la tesis<br />
de que «existir es ser percibido»).<br />
3. La transcendentalidad de la <strong>persona</strong> como transcendentalidad positiva.<br />
Las fundamentaciones de la transcendentalidad de la <strong>persona</strong> que hemos expuesto,<br />
sin perjuicio de su enorme importancia, comienzan por postular una conciencia<br />
<strong>persona</strong>l en correlación con un universo que, a su vez, es también postulado<br />
como correlato de aquélla. Podríamos poner en conexión con este doble postulado<br />
la tendencia a concebir la transcendentalidad a través del entendimiento «especulativo»<br />
vinculada a la concepción metafísica del hombre como «espejo del mundo».<br />
Ahora bien, son estos postulados ad hoc precisamente aquellos que resultan más oscuros<br />
ante una crítica filosófica: ¿Es consistente la idea del mundo entendida como<br />
una totalización atributiva efectiva y real? ¿Y cómo pasar de esta fundamentación<br />
especulativa de la transcendentalidad de la <strong>persona</strong> a la fundamentación de su transcendentalidad<br />
ética o moral? A partir de una definición de la «<strong>persona</strong> especulativa»<br />
no es posible obtener una definición de la «<strong>persona</strong> práctica»: de proposiciones en<br />
indicativo no podemos obtener proposiciones en imperativo.<br />
Pero siendo imposible derivar la dimensión práctica de la <strong>persona</strong> de su supuesta<br />
dimensión especulativa, será preciso comenzar sentando una concepción<br />
práctica de la transcendentalidad, a fin de mantenemos en la constante proximidad<br />
de una dimensión, al margen de la cual, la idea de <strong>persona</strong> es irrelevante en<br />
el contexto ético y moral. Por lo demás, la concepción práctica originaria de la<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996