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Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno

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228 <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>. El sentido de la vida.<br />

trado cabe ver la crístalizacióii^e sutiles razonamientos que han podido ser contrastados<br />

entre los antepasados de su cultura: el simple usuario de un automóvil no<br />

sabe ni termodinámica ni electrotecnia -pero la sabían quienes inventaron el automóvil<br />

que hoy conduce «intuitivamente».<br />

Lo que ocurre es que la investigación de estas razones se reduce muchas veces<br />

a buscar algún principio, regla o norma en cuya esfera se encuentre incluido el<br />

juicio de referencia. Sin duda, hay aquí un razonamiento, un silogismo. Quien condena<br />

a la eutanasia invocando el «Quinto mandamiento», no matarás, hace más o<br />

menos un silogismo de este tipo: «matar a un hombre es pecado (el quinto mandamiento<br />

no prohibe matar al cordero pascual); la eutanasia es matar a un hombre;<br />

luego la eutanasia es pecado.» Pero este silogismo, aún en el supuesto de ser aceptada<br />

su menor, descansa en una premisa mayor que a su vez es «intuitiva» o a lo<br />

sumo es un postulado al que se le puede enfrentar otro del mismo rango: «matarás<br />

a un hombre cuando se den las circunstancias adecuadas» (y así Abraham estuvo<br />

dispuesto a degollar a su hijo Isaac por mandato divino). Asimismo, quienes invocan<br />

el principio «yo soy propietario de mi cuerpo y debo tener facultad por tanto<br />

para darme la muerte o pedir que me la den» invocan un principio muy oscuro y<br />

aún metafísico (si yo fuese propietario de mi cuerpo podría también, entre otras<br />

cosas, venderlo a otro, esclavizarlo); y sobre todo, ese principio se neutraliza con<br />

principios opuestos: «el Señor (el esclavista romano o Dios) es el propietario del<br />

cuerpo del siervo; por tanto concluirá que la eutanasia debe estar prohibida, salvo<br />

en los casos en los cuales la vida del siervo le resulte gravosa.» En general, el principialismo<br />

nos pone delante de actitudes rígidas, apriorísticas, y muchas veces absurdas<br />

precisamente por no tener en cuenta las consecuencias de las premisas: Fiat<br />

justitia, pereat mundi. Kant, según nos refiere Thomas de Quincey, llevó sus exigencias<br />

de veracidad incondicional hasta el extremo extravagante de afirmar que<br />

si alguien ve a una <strong>persona</strong> inocente que huye de un asesino y este último le interroga,<br />

su deber será contestar la verdad y señalar el escondite de la <strong>persona</strong> inocente,<br />

aunque tenga la certeza de que con ello será causa de un asesinato.<br />

Parece más prudente razonar «mirando a las consecuencias». Pero ocurre que<br />

las consecuencias que pueden ser contempladas son muy diversas y no siempre<br />

concuerdan entre sí. Así, unos justificarán la eutanasia legal y sistemática no sólo<br />

para ahorrar sufrimientos al paciente, sino también para ahorrar gastos al peculio<br />

familiar o a la hacienda pública; en cambio, otros condenarán sin excepción cualquier<br />

operación eutanásica por las consecuencias imprevisibles que la autorización<br />

de un solo caso (que, según ciertos principios, podría ser justificado) podría<br />

reportar, por analogía, con otras situaciones capaces de llevar, por ejemplo, al gerontocidio<br />

sistemático.<br />

Aceptada la necesidad de razonamiento en cuestiones morales y axiológicas<br />

en general, no podemos restringimos a la metodología principialista o a la metodología<br />

consecuencialista. Sin duda, el concepto de estos tipos de metodologías<br />

describe bastante bien ciertas tendencias preferenciales de quienes se enfrentan<br />

con cuestiones como las de la eutanasia; estas tendencias son identificables una y<br />

otra vez, no sólo a escala psicológica, sino también a escala institucional. Cabría<br />

<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996

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