Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> y <strong>persona</strong>. XI 233<br />
que decir, el caso cae fuera de mi esfera», como cae fuera de la esfera económica<br />
la cuestión: «¿cuánto vale (económicamente) una galaxia espiral?»<br />
Suele presuponerse que la ética o la moral han de tener que ofrecemos siempre<br />
normas claras y coherentes entre sí, sin «lagunas ni contradicciones». Pero<br />
este supuesto es gratuito. Concretamente, en el caso de un enfermo terminal irreversible<br />
lo más peligroso es pensar que cabe apelar a una norma terminante, sea<br />
del signo que sea. «No se le puede matar en ningún caso», sea porque lo dice el<br />
precepto, sea en virtud del principio de que «mientras hay vida hay esperanza»,<br />
aunque el supuesto en que estamos es el de un enfermo desahuciado, sin esperanza;<br />
si la hubiera, estás cerca del asesinato. O bien: «hay que procurar una<br />
muerte dulce al enfermo que, aun cuando pueda seguir viviendo, no puede hacerlo<br />
con vida digna» (si es que la dignidad corresponde a la vida y no al acto de<br />
morir). Pero entonces habría que dar muerte dulce (sin ensañamiento) al asesino<br />
irreversible, al terrorista fanático cuya vida es indigna. Ahora bien, que no haya<br />
razones éticas (por parte del enfermo terminal) para mantenerle en la vida no significa<br />
que haya razones éticas para quitársela (el concepto de muerte digna es<br />
demasiado oscuro).<br />
Pero, no sólo hay que plantear la cuestión mirando al enfermo terminal; también<br />
hay que mirar a quienes le rodean. ¿Habría que concluir en el mismo sentido<br />
que anteriormente cuando, en lugar de referimos al individuo supuestamente des<strong>persona</strong>lizado<br />
nos refiriésemos a las <strong>persona</strong>s que le rodean o que le asisten? ¿carecería<br />
de toda significación, en este supuesto, hablar de los efectos que en la firmeza<br />
y en la generosidad de las <strong>persona</strong>s que rodean al moribundo pueda tener la<br />
administración de la eutanasia o el bloqueo de la misma? No sólo la experiencia<br />
de la muerte ajena ha sido invocada constantemente como fuente de sabiduría profunda,<br />
de autopurificación, sino que incluso se ha acudido a la experiencia de la<br />
muerte ajena sobre todo cuando el moribundo está enfermo e impedido: al menos<br />
así podrían interpretarse, acaso de un modo un tanto rebuscado, los consabidos<br />
versos de Lucrecio:<br />
Suave, mari magno turhantihus aequora ventis<br />
e térra magnum alterius spectare laborem<br />
es decir, también desde una perspectiva epicúrea cabria reivindicar la experiencia<br />
de la muerie ajena como una experiencia dulce y reconfortante para quien,<br />
desde la tierra firme de la vida, la contempla. Se ha sostenido, entre bromas y veras,<br />
aunque no sea sino como desarrollo de la tesis anterior, la aberración de que<br />
«la finalidad última del asesinato considerado como una de las bellas artes es precisamente<br />
la misma que Aristóteles asigna a la tragedia, o sea, purificar el corazón<br />
mediante la compasión y el terror». Pero el mismo Thomas de Quincey se<br />
apresuraba a excluir de su escenario toda representación de eutanasia, pues, puntualizaba<br />
que «el sujeto elegido (por el artista asesino) debe gozar de buena salud».<br />
Y añadía: «es absolutamente bárbaro asesinar a una <strong>persona</strong> enferma que,<br />
por lo general, no está en condiciones de soportarlo.» En cualquier caso, habría<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996