Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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210 <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>. El sentido de la vida.<br />
diversos entre sí: unos tienen pretensiones transcendentes y otros tienen pretensiones<br />
inmanentes (respecto del horizonte corpóreo de la propia vida orgánica). Pero<br />
si bien los análisis transcendentes pueden considerarse irracionales, praeterracionales<br />
o simplemente metafísicos y, por tanto, poco adecuados para llevar a cabo un<br />
planteamiento preciso de la cuestión de la eutanasia, sin embargo, no todo análisis<br />
inmanente garantiza, por serlo, un planteamiento preciso del contexto ontológico<br />
en el que el concepto de eutanasia ha de dibujarse. Presentaremos dos modelos.<br />
(1) Como modelo metafísico es casi obligado referirse al análisis tradicional<br />
de la vida humana (o de la vida animal en general) en términos de cuerpo y alma<br />
(o bien: cuerpo, alma, espíritu), cuando se sobrentiende (no es el caso de los epicúreos)<br />
que el alma o el espíritu es una entidad de naturaleza incorpórea; pero<br />
también cuando, sin necesidad de afirmar la espiritualidad del alma, se mantiene<br />
la creencia de un alma disociable del cuerpo orgánico, aun cuando esa alma segregada<br />
conserve una materialidad más sutil al modo del periespíritu del Barón<br />
de Reichenbach o de otros espiritistas. Lo signifícativo es que el alma (o el espíritu)<br />
sean subsistentes, es decir, se les considere dotados de vida, aun después de<br />
la transformación mortal por la que el cuerpo orgánico se convierte en cadáver.<br />
Son obvias las consecuencias que el concepto metafísico de Vida ha de tener<br />
con relación a la Muerte y, en particular, al suicidio y a la eutanasia. La muerte,<br />
en estas concepciones, en realidad, no será una muerte total. La eutanasia podrá<br />
incluso encarecerse por un pitagórico, o por un espiritista o por un budista, como<br />
una liberación de un alma que estaba aprisionada en un cuerpo, liberación que le<br />
llevará o bien a reencarnarse en otros animales o bien, en el mejor caso, a incorporarse<br />
en un Nirvana inacabable, lo que le permitiría al budista (si tuviese a bien<br />
aprender latín) interpretar, en sentido literal, aquella sentencia, más bien retórica,<br />
de Séneca el filósofo (Epístola 102,23): Dies iste [el de la muerte], quem tanquam<br />
extremum reformidas, aeterni natalis est (este día, que temes como el último, es<br />
natalicio eterno). Santo Tomás enseña que la muerte (diremos nosotros: la transformación<br />
mortal) no es un final propio de la «naturaleza elevada» (a la Gracia)<br />
del hombre original, sino que es un efecto del pecado: por ello, la muerte es secundum<br />
se odiable, naturalmente, aun cuando sea apetecible propter beatitudinem<br />
{S.Th. l,2,5,3,c).<br />
(2) Como modelo inmanente citaremos uno que podemos considerar implícito<br />
en una distinción tradicional (la distinción entre cantidad y cualidad) cuando<br />
ésta se aplica, de un modo que no deja de producir sorpresa, a la Vida, dando lugar<br />
a un «análisis» de esta idea en dos partes o momentos llamados «Cantidad de<br />
Vida» y «Calidad de Vida». De este modo, en lugar del análisis de la vida en términos<br />
de cuerpo y de espíritu (o de vida material y vida espiritual) nos encontramos<br />
con un análisis de la vida en términos de cantidad de vida y calidad de vida<br />
que se aplica también, con mucha frecuencia, a la cuestión de la eutanasia.<br />
La distinción entre cantidad y calidad de vida es probablemente el resultado<br />
de extender, por parte de algunos sociólogos, ecólogos, una distinción propia de<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996