Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> y <strong>persona</strong>. XI 211<br />
la industria de producción en serie al campo antropológico. En la fabricación en<br />
serie es obvia la distinción entre la cantidad de un producto especificado (loza,<br />
cojinetes, acumuladores, &c.) y su calidad; son operaciones distintas el cómputo<br />
de unidades fabricadas (la cantidad) y el «control de calidad» (incluyendo aquí en<br />
calidad propiedades y detalles dados dentro del prototipo del mismo lote o cantidad,<br />
de suerte que la distinción entre cantidad y calidad tiene lugar originariamente<br />
dentro de un lote del mismo prototipo y por supuesto entre lotes de prototipos<br />
diferentes: hay más cantidad de vino del año pero su calidad es inferior al<br />
vino de reserva). Por extensión los sociólogos, &c., hablarán de cantidad humana<br />
y de calidad de vida humana; pero, a diferencia de lo que ocurre en la industria,<br />
aquí la referencia será originariamente la humanidad en su conjunto (la cantidad<br />
humana), la calidad de vida designará entonces a las diferencias entre las diversas<br />
sociedades, culturas o subculturas dadas dentro de esa cantidad humana global.<br />
Desde luego, la propagación de esta distinción industrial al campo antropológico,<br />
la distorsiona notablemente y conduce a planteamientos muy burdos. La<br />
distorsiona porque mientras en la industria los objetos comparados son repeticiones<br />
individuales distributivas de un prototipo (los carburadores, los platos, &c.)<br />
en cambio ni los individuos humanos ni los grupos sociales ni las culturas pueden<br />
considerarse como repeticiones distributivas de prototipos dados, puesto que<br />
ahora la distributividad, que existe desde luego en abstracto, está siempre dándose<br />
en el seno de las totalidades atributivas, en las cuales se diluye precisamente el<br />
concepto de cantidad y de cualidad, puesto que no cabe una ordenación de peor a<br />
mejor. Habría que terminar considerando como calidades de vida diferentes la del<br />
terrateniente esclavista romano y la del terrateniente esclavista americano diciendo<br />
que aquél tenía una «calidad de vida» superior a la de éste o ambos a la de los siervos;<br />
habrá que decir que la calidad de vida de un hospital medieval era inferior o<br />
superior a la calidad de vida de un hospital contemporáneo, puesto que la calidad<br />
de vida incluirá no solamente salud sino alimentación, no sólo arte y cultura, sino<br />
compañía, &c. De todas formas, el concepto de calidad de vida mantiene un cierto<br />
significado operatorio abstracto, desde el punto de vista de la planificación económica,<br />
siempre que vaya referido a bienes distribuibles, que suponen una posibilidad<br />
de alteración de los recursos o de los proyectos en diferentes países o culturas.<br />
Tiene sentido decir que la calidad de vida de Calcuta es peor que la de<br />
Londres; pero se vuelve inútil y aún ridicula cuando se aplica a cualquier contenido<br />
o valor cultural no distribuible. Habría que decir que para un cristiano la «calidad<br />
de vida» de San Pacomio cuando reponía los piojos en su manto era muy<br />
superior a la de un campeón olímpico. Habría que decir que un conjunto de cien<br />
niños con espina bífida tiene menos calidad de vida que un conjunto de cien niños<br />
sanos. Con todo, aquí se salva lo que la metáfora de la fabricación industrial<br />
significa, aun cuando peligrosamente una de las conclusiones contenidas en esta<br />
metáfora, si se continúa, es la siguiente: que cuando la calidad de vida desciende<br />
por debajo de una «línea de flotación» considerada mínima (por ejemplo, la espina<br />
bífida) será preciso desprenderse de esos niños de poca calidad, aunque sea<br />
suavemente, es decir, por medio de la eutanasia. Y que, en todo caso, las inver-<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996