Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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212 <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>. El sentido de la vida.<br />
siones destinadas a mejorar ese tipo de pésima calidad de vida prácticamente irremontable,<br />
debieran desviarse hacia un incremento más rentable de la calidad de<br />
vida de otros grupos cuantitativamente más numerosos, como puedan serlo los tuberculosos<br />
o los ancianos. De un modo resumido: el concepto de calidad de vida<br />
servirá para expresar la preferencia por las inversiones en beneficio de la calidad<br />
de vida del conjunto de la <strong>tercera</strong> edad -cuya cantidad es muy alta- frente al despilfarro<br />
de las inversiones orientadas a elevar la calidad de vida de un colectivo<br />
cuantitativamente menor, pero mucho más onerosas. En realidad aquí lo que se<br />
está prefiriendo no es la cantidad a la calidad, sino una cantidad de vida mayor a<br />
una cantidad de vida menor.<br />
Ahora bien, cuando la distinción entre cantidad de vida y calidad de vida se<br />
aplica, no ya a colectividades humanas sino a cada individuo humano en particular,<br />
entonces puede adquirir perfiles grotescos, ramplones, «gerundianos». Pues<br />
no dudamos que Fray Gerundio de Campazas, si hubiese conocido la distinción<br />
tal como la aplican algunos «Catedráticos de Bioética» la hubiera extendido a cada<br />
individuo en particular de modos similares a éste: un obeso, que pesa cien kilos,<br />
y se somete a una eficaz cura de adelgazamiento, habrá perdido cuarenta kilos de<br />
cantidad de vida pero habrá ganado en calidad de vida mensurable por la altura<br />
de sus saltos o por la velocidad de sus carreras. Todavía más, cambiando ahora el<br />
espacio (el volumen) por el tiempo, para acercamos a la cuestión de la eutanasia:<br />
«una vida humana tiene un momento cuantitativo y un momento cualitativo; el<br />
momento cuantitativo se manifiesta en la duración de la vida medida en días, el<br />
momento cualitativo se manifiesta en la conciencia de sí mismo, en el autocontrol,<br />
en la preocupación por el prójimo, en la capacidad de lectura o de conectar<br />
el televisor, &c. (y otra serie de criterios positivos ofrecidos por los bioéticos).<br />
Habrá también, correspondientemente dos concepciones de la vida: la cuantitativista<br />
y la cualitativista. Para el cuantitativismo -sigue diciendo nuestro catedrático<br />
de bioética- el objetivo primordial es conseguir que la duración de la vida sea<br />
lo más grande posible (por lo que la eutanasia será en todo caso condenada); para<br />
los cualitativistas, la cantidad de vida ha de sacrificarse a la calidad, lo que justificaría<br />
la eutanasia (que sin embargo reduce, sin justificación, desde el punto de<br />
vista de su distinción, a la eutanasia pasiva, administrada a un enfermo terminal<br />
inconsciente en quien un encarnizamiento terapéutico, empeñado en toda costa<br />
en aumentar la cantidad de vida, constituiría un despilfarro injustificado).»<br />
Nos parece evidente que una justificación de la eutanasia (al menos pasiva)<br />
por «un grave deterioro de la calidad de vida» supone ya prejuzgado al enfermo<br />
o al doliente irreversible por analogía a como se juzga una pieza industrial fabricada<br />
en serie perteneciente a un lote dado (cantidad) pero que, al degradarse o deteriorarse<br />
(en calidad) requiere ser sustituida por otra de mejor calidad y aún destruida<br />
para evitar la contaminación. La ramplona metáfora industrial de la cantidad<br />
y calidad de vida aplicada a escala individual no tiene en cuenta, entre otras cosas,<br />
un momento esencial del proceso de eliminación-sustitución de un individuo<br />
por otro en el sistema social humano: aquél por el cual se propaga (o puede propagarse,<br />
según sean los individuos afectados) la degradación o el deterioro del in-<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996