Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> y <strong>persona</strong>. XI 225<br />
tropológlca, «transcendental», por así decirlo, sino una característica meramente<br />
cultural, o, si se prefiere, folklórica.<br />
Confesemos que este camino nos tienta por su positividad, al menos aparente.<br />
Sin embargo hay motivos no menos positivos que los que pudieran recogerse<br />
en el recinto de una cultura dada y que, aunque hayan tenido que darse en<br />
alguna o algunas culturas concretas, son transcendentales a las demás culturas,<br />
en la medida en que ellas proceden de las dadas o reproducen independientemente<br />
una misma estructura. Y si las raíces de esa tonalidad sombría de la muerte fueran<br />
efectivamente transcendentales a todas las culturas (a la manera como la pena<br />
de infamia que el tribunal de la Inquisición imponía a un condenado podría ser<br />
transcendental a todos sus herederos) tendríamos que interpretar aquellas culturas<br />
o situaciones culturales excepcionales en las que la muerte es brillante y no<br />
sombría como resultantes de motivos particulares que, en todo caso, habrá que<br />
construir a partir de la razón general. Abreviando señalaré las dos raíces principales<br />
que podrían dar cuenta de esta tonalidad sombría que suponemos corresponde,<br />
con carácter general, a la idea de la muerte:<br />
(1) La primera raíz brotaría de la propia individualidad sobre la que se edifica<br />
la <strong>persona</strong>, en tanto esa individualidad es vista desde el horizonte <strong>persona</strong>l.<br />
Cabría identificar esta raíz con el mismo terminas ad quem de la transformación<br />
mortal, es decir, con el cadáver. Si la idea de la muerte procede, según hemos admitido,<br />
de la experiencia de la muerte de otras <strong>persona</strong>s, es evidente que el contenido<br />
más positivo de esa muerte (por mucho que los mitos de las ánimas circunvolantes<br />
o los mitos de la dormición lo disimulen) es el cadáver. Y el cadáver<br />
se descompone y, por lo general, huele. El proceso es análogo en los demás vertebrados<br />
-sólo que estos no forman, como hemos dicho, concepto de la muerte.<br />
El hombre, llegado a un cierto nivel de desarrollo social y cultural, tendrá que incorporar<br />
estos datos positivos a su concepto de la muerte. ¿Tendrá algo de extraño<br />
que este concepto incorpore por tanto las tonalidades siniestras que adornan al cadáver?<br />
No es la presencia de la Nada, sino la presencia del cadáver aquello que<br />
habría que tener en cuenta, en un primer lugar, para comprender la tendencia que<br />
la muerte tiene a adquirir una tonalidad sombría.<br />
(2) La segunda raíz procedería, recíprocamente, de la misma dialéctica de la<br />
<strong>persona</strong> en tanto es ella lo que ahora es visto desde el individuo. La <strong>persona</strong>, tal<br />
como la hemos concebido, implica una sociedad de <strong>persona</strong>s a las cuales se liga<br />
mediante «conmutadores lingüísticos» que son la clave de su libertad, de su versatilidad,<br />
de su recombinabilidad, de la emancipación de su conducta para tomar<br />
la forma de la praxis. Pero la praxis <strong>persona</strong>l consiste constitutivamente en actuar<br />
según prolepsis (planes, programas) procedentes de anamnesis sociales, de operaciones<br />
con cosas y con oti°as <strong>persona</strong>s, planes y programas que alcanzan un radio<br />
temporal creciente (diez años, un siglo, incluso un milenio) y, en todo caso,<br />
están sometidos a un ritmo de escala diferente a los ritmos circadianos de la vida<br />
individual. Las <strong>persona</strong>s se constituyoi pues a escala de estos plaiws y programas.<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996