Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> y <strong>persona</strong>. ¡I 133<br />
vestigaciones de John Whiting apuntan en el sentido de demostrar la función de<br />
la <strong>persona</strong>lidad como una mediación entre los sistemas de mantenimiento y los<br />
sistemas proyectivos de una cultura dada (por ejemplo, hay correlación entre un<br />
patrón de educación duro y una mitología de espíritus violentos y agresivos; hay<br />
correlación entre la práctica de la covada y la costumbre de dormir el niño con la<br />
madre en sociedades matriarcales).<br />
¿Tiene algún sentido establecer alguna correspondencia analógica entre las<br />
diferentes perspectivas científicas que estamos exponiendo con las perspectivas teológicas<br />
que antes hemos considerado? Acaso pudiera decirse que el tratamiento<br />
biológico-médico (el de tradición hipocrática, más que el de tradición galénica) es,<br />
en el orden natural, una metodología paralela a la que representó el arrianismo en<br />
el orden teológico (la <strong>persona</strong> de Cristo es puramente humana, no es divina; la <strong>persona</strong>lidad<br />
de un hombre cualquiera se reduce a su temperamento natural). Los tratamientos<br />
psicológicos ocuparían posiciones análogas, ya a las del nestorianismo<br />
ya a las del eutiquianismo. En cuanto a la disciplina Cultura y Personalidad, se<br />
acercaría, en sus posiciones límites, al monofisismo (la <strong>persona</strong> de Cristo no tiene<br />
ni siquiera naturaleza humana; ésta es totalmente plástica y, por ello, la <strong>persona</strong>lidad<br />
habría que considerarla como íntegramente derivada del molde cultural: es<br />
la postura «monofisista» de Ralph Linton, Ruth Benedict o Margaret Mead).<br />
5. La perspectiva bio-antropológica.<br />
El objetivo de una teoría biológica de la <strong>persona</strong>lidad puede definirse (gnoseológicamente)<br />
por su tendencia a determinar un sistema de factores componentes<br />
intra<strong>persona</strong>les que, estando presentes, en principio, en cualquier <strong>persona</strong><br />
individual, puedan dar cuenta, según la diversa proporción que a cada uno de ellos<br />
le corresponda en cada caso, de las diferencias interindividuales (tipologías de la<br />
<strong>persona</strong>lidad) y de las situaciones patológicas. Según esto, la misma composición<br />
intra<strong>persona</strong>l es la que permitiría dar cuenta de las diferencias inter<strong>persona</strong>les. La<br />
primera versión que conocemos de la aplicación de este método -y cuya mención<br />
es ineludible dada su enorme influencia histórica- es la doctrina humoral, basada<br />
en la doctrina empedoclea de los cuatro elementos. Ella constituyó el fundamento<br />
de la teoría de los cuatro temperamentos, tal como aparece en los escritos hipocráticos.<br />
Nos atenemos a aquellos escritos del Corpus Hipocraticum que se atribuyen<br />
a la escuela de Cos. Hay cuatro cualidades fundamentales, opuestas por<br />
contrariedad dos a dos (caliente/frío, húmedo/seco), por respecto de las cuales<br />
pueden distribuirse los cuatro elementos: el fuego (caliente, seco), el aire (caliente,<br />
húmedo), el agua (húmedo, frío) y la tierra (frío, seco). Cada individuo estaría<br />
constituido por una mezcla {crasis) de estos cuatro elementos, según proporciones<br />
variables dentro de límites determinados: estas proporciones son precisamente<br />
los temperamentos. Los elementos, en tanto que alcanzan la condición de componentes<br />
de un organismo vivo, se convierten en humores. Habrá, por tanto, cuatro<br />
humores, según el elemento que prevalece: la sangre (cuando prevalece el<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996