Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno
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180 <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>. El sentido de la vida.<br />
dice, sin embargo, que Damianti sabe descubrir a Nalo entre los indiscernibles<br />
(según la hipótesis). Sin duda, Nalo había de tener algún rasgo distintivo en su<br />
<strong>persona</strong>lidad, pero el Mahharata sólo nos dice que Nalo era mortal, al lado de los<br />
dioses inmortales que imitaron su forma.<br />
La igualdad formal entre las <strong>persona</strong>s, como sujetos de derechos y deberes,<br />
está en oposición a la diversidad material que las <strong>persona</strong>s (y, por tanto, sus mundos<br />
respectivos) requieren para ser precisamente <strong>persona</strong>s con identidad propia.<br />
De hecho, ninguna <strong>persona</strong> se identifica con un sujeto universal: el sujeto <strong>persona</strong>l<br />
pertenece necesariamente a un grupo social, a un ciclo cultural, a una clase<br />
social, es de una raza y no de otra, es un ciudadano y no sólo «un hombre». Desde<br />
la perspectiva de estas diferencias constitutivas, se comprende la necesidad de<br />
considerar a los deberes éticos como aquellos contenidos que mejor se superponen<br />
a la universalidad de la <strong>persona</strong>, puesto que aquello que es más igual, como<br />
principio genérico, entre todas las <strong>persona</strong>s, es precisamente la individualidad orgánica.<br />
Pero el cuerpo orgánico es contemplado desde la <strong>persona</strong> como un instrumento<br />
suyo que se reduce a aquélla (aun cuando desde la individualidad psicológica<br />
la <strong>persona</strong>lidad pueda llegar a aparecer como un mero «instrumento» de<br />
los intereses individuales). Máximas tales como ésta: «Yo tengo derecho a hacer<br />
con mi cuerpo lo que me venga en gana», son éticamente incorrectas porque mi<br />
cuerpo, como tal, sólo es fundamento de mis derechos, a través de mi <strong>persona</strong>, y<br />
mi <strong>persona</strong> no es separable de la sociedad de <strong>persona</strong>s.<br />
4. La situación de alienación <strong>persona</strong>l.<br />
El regressus hacia la objetividad tiene que llevamos también hacia los límites<br />
de la <strong>persona</strong>lidad. Límites a los cuales las <strong>persona</strong>s se aproximan una y otra<br />
vez en la medida en que se degradan como tales <strong>persona</strong>s. La raíz de esta degradación<br />
hay que ponerla en la individualidad; pero la individualidad depende también<br />
de su entorno. Fuera de un medio social adecuado, el individuo que alienta<br />
en la <strong>persona</strong> puede degradarse por la miseria o por el hambre, puede quedar poseído<br />
por otras <strong>persona</strong>s; el dolor, el terror o la depresión pueden hacer que un individuo<br />
cualquiera pierda su dignidad <strong>persona</strong>l.<br />
El proceso de «degradación de la <strong>persona</strong>» ha sido considerado con frecuencia<br />
por la tradición cristiana agustiniana, pero también por las escuelas marxistas y<br />
existencialistas, bajo la rúbrica de la alienación. El término «alienación» tiene,<br />
sin embargo, acepciones muy diversas. Como concepto positivo, dentro de la categoría<br />
psiquiátrica, un alienado es alguien que «no está en sus cabales», que está<br />
des-<strong>persona</strong>lizado (aunque sea muy difícil dar criterios más precisos que no sean<br />
meramente empíricos). Como criterio práctico, que pretende mantener la relación<br />
con la teoría general de la <strong>persona</strong>, podríamos tomar el siguiente: la alienación es<br />
la dolencia, transitoria o permanente (esquizofrénicos, paranoicos) de aquellos enfermos<br />
mentales que han perdido la conciencia de su propio cuerpo, identificándose<br />
o bien con un cuerpo inorgánico («el licenciado Vidriera») o bien con un ani-<br />
<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996