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Lectura tercera. Individuo y persona - Fundación Gustavo Bueno

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<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> y <strong>persona</strong>. II 125<br />

la «Ciudad universal», de Cosmópolis; una ciudad en la cual se borran las fronteras<br />

entre griegos y bárbaros. El hombre se redefinirá ahora como «ciudadano del<br />

mundo» (kosmopolites).<br />

Una idea de hombre que logrará traspasar también las fronteras entre los hombres<br />

libres y los hombres esclavos (animales parlantes), puesto que el ideal del<br />

hombre se identificará ahora con el ideal del sabio: tan sólo el sabio es libre (más<br />

adelante se dirá: es <strong>persona</strong>), puesto que la libertad y la dignidad humana no la<br />

confiere la situación de seflor (despoteia) ni la suprime la situación de esclavo<br />

{doulosyne).<br />

Es cierto que este ideal estoico del hombre distaba mucho de representar la<br />

realidad efectiva (social, económica y jurídica) de los hombres que vivieron en<br />

las proximidades o en el interior del Imperio romano. Incluso es frecuente sostener<br />

(tanto por parte de cristianos, el P. Festugiére, por ejemplo, como por parte de<br />

racionalistas, en España, Puente Ojea) la tesis de la «tonalidad intensamente alienada<br />

del discurso estoico» (véase Gonzalo Puente Ojea, El fenómeno estoico en<br />

la sociedad antigua, Siglo xxi, Madrid 1979^, pág. 30). Esta tesis se basa en la<br />

consideración de que el ideal estoico de hombre, a la postre, lejos de representar<br />

un principio revolucionario, resultaba ser profundamente conservador y conformista<br />

con las instituciones esclavistas. En este punto, los estoicos, como después<br />

los cristianos (por ejemplo San Pablo en Colosenses 3.22, Efesios 6.5 o Calatas<br />

3.22) habrían subrayado que lo importante era «el hombre interior» y no su condición<br />

social o jurídica de seflor o siervo, de griego o bárbaro. A este «conformismo<br />

cristiano» los estoicos habrían añadido un componente elitista, puesto que<br />

no todos los hombres (libres o esclavos, griegos o bárbaros) llegan a ser sabios,<br />

sino únicamente una «aristocracia del espíritu». (Habría que añadir «en favor de<br />

los cristianos» que ellos ampliaron, en todo caso, las condiciones de acceso de los<br />

hombres comunes a esta «aristocracia del Espíritu», hasta límites prácticamente<br />

indefinidos, desde el momento en que el «estado de Gracia» podía ser adquirido<br />

en principio por cualquiera que participase en los sacramentos del bautismo y de<br />

la comunión; sacramentos que no tenían un sello aristocrático sino popular.)<br />

Ahora bien: ¿podemos damos por satisfechos con esta crítica al «ideal humanístico»<br />

de los estoicos? Una crítica que, en resumidas cuentas, termina acusando<br />

a estoicos y cristianos de estar propugnando un «ideal alienante», en la medida<br />

en que su «ideal del sabio» o la condición de «miembro del cuerpo místico<br />

de Cristo» contribuye a ocultar y a atenuar el significado de las diferencias reales<br />

entre los hombres de la sociedad esclavista. Sin embargo, nos parece que semejante<br />

crítica «prueba demasiado». Si comenzamos por tomarla en serio, ¿no debiéramos<br />

terminar negando toda la contribución del estoicismo (y, en parte también,<br />

la del cristianismo) a la constitución de la Idea de <strong>persona</strong>? Probablemente<br />

la clave del asunto radica en la utilización que estos críticos hacen del concepto<br />

de «alienación», entendiéndolo como una suerte de desajuste entre un arquetipo<br />

ideal (en este caso, el del hombre como «ciudadano libre de Cosmópolis» o como<br />

«hombre que participa del cuerpo místico de Cristo») y la realidad empírica, social,<br />

jurídica o económica. Porque un concepto tal de alienación podría servir tam-<br />

<strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996

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