116 <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>. El sentido de la vida. 2. «Persona humana» no es lo mismo que «<strong>persona</strong>», ni «<strong>persona</strong>» es lo mismo que «hombre». En cuanto opuesto a cosas y a animales el término <strong>persona</strong> se aproxima notablemente al término hombre. Sin embargo no se superpone con él. No sólo, en primer lugar, porque existen, entre las creencias de nuestra cultura, y sobre todo en el lenguaje, <strong>persona</strong>s no humanas (especialmente las <strong>persona</strong>s divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; también las <strong>persona</strong>s angélicas o diabólicas; o incluso las extraterrestres), y, por ello, la expresión «<strong>persona</strong> humana» dista de ser redundante; sino, además, en segundo lugar, porque hay seres o cosas que son humanos, pero no son <strong>persona</strong>les (por ejemplo el «hombre de Neanderthal» -nadie dice: «la <strong>persona</strong> de Neanderthal»- o bien una máquina, un mueble, y en general, la «cultura extrasomática», que es humana, «cultura humana», y no es <strong>persona</strong>l). Persona humana añade algo, por tanto, no sólo a «<strong>persona</strong>» sino también a «humano». El hombre recibe una determinación importante cuando se le considera como <strong>persona</strong> así como la <strong>persona</strong> recibe una determinación no menos importante cuando se la considera como humana. Cabría decir que no es lo mismo hombre que <strong>persona</strong>, como tampoco es lo mismo hombre que ciudadano. «Hombre» es un término más genérico o indeterminado, que linda con el «mundo zoológico» (decimos hombre de las cavernas pero sería ridículo áscir <strong>persona</strong> de las cavernas); «<strong>persona</strong>» es un término más específico que tiene que ver con el «mundo civilizado» o, si se prefiere, con la constelación de los valores morales, éticos o jurídicos propios de este mundo. Y esto incluso cuando, paradójicamente, el término «<strong>persona</strong>» se usa como una suerte de pronombre gramaticalmente im<strong>persona</strong>l, a saber, en la expresión española «la <strong>persona</strong>» («muy bien hará hija, y mira no seas miserable: que es de mucha importancia llevar la <strong>persona</strong> las candelas delante de sí antes de que se muera», dice Cervantes en Rinconete y Cortadillo). La misma etimología de la palabra <strong>persona</strong> (relativamente reciente, si se mira la longitud de nuestras raíces indoeuropeas) demuestra que es un concepto sobreañadido al concepto de hombre. Un refrán de origen jurídico, también lo recuerda: «el hombre sostiene muchas <strong>persona</strong>s» -homo plures <strong>persona</strong>s sustinet-, es decir, el hombre sostiene o desempeña muchas máscaras o papeles (un mismo hombre es empresario y delincuente, es padre y metalúrgico, &c.). «Persona» era, en efecto, la máscara o careta que usaban los actores de la tragedia para hablar -per sonare-. La <strong>persona</strong> cubría la cabeza del actor: por su parte anterior representaba el <strong>persona</strong>je, por su parte posterior llevaba una peluca. Esopo cuenta en una de sus fábulas que una zorra entró en casa de un actor y, revolviendo entre sus cosas, encontró una máscara muy bien trabajada, pero, después de cogerla entre sus patas, dijo: «hermosa cabeza, pero sin seso.» Pedro, cinco siglos después, en la época de Augusto, adaptó la fábula de Esopo al latín: Vulpes ad<strong>persona</strong>m tragicam [la zorra a la máscara de la tragedia]. Este título sonará mal más tarde (cuando la metonimia que transportó el nombre de la máscara a su portador cristalizó definitivamente) y, acaso por ello, no sólo La Fontaine, sino también Samaniego, cuando vuelven a recrear la situación de Esopo y Pedro, ya no hablan de zorra y máscara (es decir, <strong>persona</strong>) sino de zorra y busto, eliminando definitivamente la relación en- <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996
<strong>Lectura</strong> 3. <strong>Individuo</strong> y <strong>persona</strong>. I 117 FÁBULA Vil. Stultonm honor inglorius. VtfLPBS AO FKRSONAM TRAOICAM. Penonam trágieam forte Vutpes vlderat. O quanta tpécits, inquit, ctrihrum non babel! fíoc lilis dlctum «st, quibus hoindrem & glóriam Fortuna trfbuit, sensum eommuntm abstulii. FÁBULA VIL Los honores no honran á los necios. LK ZORRA A UNA MASCARA. Vio por casualidad la Zorra una Miiscara de Farsa, y dixo luego: ¡ O qué bella cabeza pero sia seso! Esto se ha dicho por aquellos, i. quienes la fortuna colmó de honor , y gloria , pero les negó el juicio. La «moraleja» que Fedro, liberto de Augusto, sacó de la exclamación de la zorra, no sospechaba las transformaciones que la «<strong>persona</strong>» (es decir, la máscara que para-hablar, es decir, la perrona trágica, se ponfan los actores de las tragedias) iba a experimentar a raíz de los primeros concilios cristianos (el de Nicea, el de Éfeso), es decir, cuando la máscara (el <strong>persona</strong>je, el papel) entrase en «unión hipostática» con el ador (con el individuo). <strong>Gustavo</strong> <strong>Bueno</strong>, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996