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Apóstol posa de cuerpo entero, a modo de escultura. Tras el vano, se extiende un paisaje<br />
urbano entre colinas, vegetación y agua. La línea del horizonte, muy baja, nos indica<br />
la elevada posición de las figuras y, sobre todo, nuestra relación de subordinación<br />
con respecto a ellas. Este recurso, unido al fuerte contraste existente entre el tamaño<br />
de los Apóstoles y el de los elementos del paisaje, da a entender que el dominio de los<br />
primeros se extiende sobre los segundos.<br />
Esta composición se repite invariablemente en las catorce estampas. Todas las figuras<br />
reciben un tratamiento escultórico idealizado. Se alzan rotundas, corpulentas pero<br />
bien proporcionadas; cubiertas por pesados ropajes que forman angulosos pliegues,<br />
caen elegantemente o se adhieren al cuerpo marcando una potente anatomía.<br />
Contrapposti y torsiones; energía contenida. Rostros y cuerpos que miran en distintas<br />
direcciones, nunca de frente. Todo ello dota al conjunto de un ritmo cadencioso y grandilocuente.<br />
Los instrumentos del martirio cobran aquí un papel protagonista, pues contribuyen a<br />
modelar las posturas de los Apóstoles así como su imagen triunfal. Con ellos se pretende<br />
recalcar la condición de mártir, tan importante en el mundo católico y tan criticada<br />
por la Reforma protestante.<br />
Los atributos que porta cada uno en esta serie solo coinciden muy parcialmente con<br />
los que acompañan a los Apóstoles de la Casa del <strong>Greco</strong>. Seis de ellos difieren, mientras<br />
que los demás resultan ser los mismos: San Pedro con las dos llaves, San Andrés<br />
y San Felipe con la cruz de su martirio. Santo Tomás y San Pablo sostienen la lanza y la<br />
espada que les dieron muerte por defender la fe, la misma que ayudó a San Juan Evangelista<br />
a sobrevivir al veneno ofrecido por sus enemigos, representado aquí, como en la<br />
serie de la Casa del <strong>Greco</strong>, por un cáliz de la que sale un dragoncillo. <strong>El</strong> resto de símbolos<br />
no mantienen correspondencia entre ambas series, a lo que hay que añadir el<br />
hecho de que Wierix representa a San Matías y el <strong>Greco</strong> lo elude.<br />
La pertenencia de los Apóstoles a una realidad superior viene marcada por la totalidad<br />
de la composición y se concreta en los nimbos que flotan sobre sus cabezas.<br />
En cada zócalo y entablamento, unos cartuchos a modo de placas encierran, respectivamente,<br />
las palabras del Credo y los nombres de los catorce en lengua latina. Salvo<br />
Cristo y San Pablo, a lo largo de la serie cada Apóstol expone solemnemente la profesión<br />
de fe. Cristo abre el conjunto anunciando su potestad sobre cielo y tierra, y ordenando a<br />
los Apóstoles enseñar y bautizar a las gentes (Mt.28, 18-19). San Pablo lo cierra con una<br />
cita extraída de su Carta a los Hebreos (Hechos 11, 6) que apela a la necesidad de la fe.<br />
La elección de estos dos fragmentos está en consonancia con el momento en que se<br />
creó la serie. En el primero, Cristo transmite sus poderes a los Apóstoles. Con ello se<br />
reafirma su cualidad de elegidos y predecesores del clero, legitimando así el sacramento<br />
del orden sacerdotal, puesto en duda por los protestantes y reforzado, como el<br />
resto de sacramentos, tras el Concilio de Trento. En su Carta a los Hebreos, Pablo defiende<br />
la fe y los puntos doctrinales que peligraban por aquel entonces entre los ambientes<br />
judaizantes del cristianismo, del mismo modo que los principios del catolicismo<br />
peligran con la Reforma. Inmersa en su tiempo, esta serie de estampas contribuye a<br />
elaborar y fijar la imagen de triunfo.<br />
Mercedes Casas de Santiago