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pêtrière (1885-1887); un producto central de sus intereses fue también la recopilación de<br />
fotografías que se editó con el título de L’iconographie photographique de La Salpêtrière<br />
(París, 1876) 45 , y, en colaboración con Paul Richer, Les difformes et les malades dans l’art<br />
(Lecrosnier et Babé, París, 1889). Aunque desconozcamos con total precisión la fecha<br />
de las fotos encargadas por Marañón (a los fotógrafos de Toledo y Madrid Rodríguez,<br />
Pardo Bea y José María Lara, a comienzos de 1954), parecen haber respondido a estos<br />
estímulos. Reconociendo la primacía de la sugestión de Cossío y defendiéndose de la<br />
acusación de haber dado a la prensa las fotografías que había hecho hacer (en 1954 –<br />
en <strong>El</strong> Alcázar– y entre abril y octubre de 1955 aparecieron artículos diversos en la prensa<br />
internacional), inconsciente de la “hiperestésica publicidad de hoy”, y más como “pasatiempo”<br />
o “sencillo experimento”, Marañón procedió a tomarlas.<br />
Según él, ello se hizo dándoles un “muy leve adobo cosmético” (pero dejándoles<br />
crecer barbas y cabellos) a los internos del Nuncio nuevo de Toledo 46 , y desde luego<br />
con más “artificio indumentario” del pretendido por él mismo (“leve atuendo apostólico”)<br />
47 – para recuperar “los rasgos raciales de las gentes del pueblo que convivieron<br />
con el <strong>Greco</strong> y que éste copió… y la expresión de arrebatado misticismo de los modelos”.<br />
Sin embargo, contra las prácticas posteriores de naturalistas y antropólogos de<br />
campo de excluir las interferencias, “les hizo entrar en situación –porque el hábito hace<br />
al monje, sobre todo en los ‘inocentes’–”. <strong>El</strong> que terminaría siendo el más famoso de<br />
sus experimentos históricos venía nuevamente dictado por las ideas adquiridas y de difícil<br />
verificación: “<strong>El</strong> <strong>Greco</strong> tenía la intuición de la proximidad del desvarío a la santidad”;<br />
aun cuando hubiera sido cierto, habría sido imposible probarlo con el disfraz de un inocente<br />
“que piensa que es San Pedro”.<br />
DOCUMENTOS, ARTE Y CIENCIA<br />
A pesar de muchos de su asertos, en cierto sentido inerciales o de grupo, Marañón se había<br />
propuesto superar el estancamiento de una psicología pre-freudiana que habría estado detrás<br />
de ciertas interpretaciones –las más veces de aficionados a la psicología– intencionales<br />
del <strong>Greco</strong> de Toledo, sin llegar a echarse –tal vez en actitud defensiva 48 – en los brazos<br />
de los psicoanalistas seguidores de Sigmund Freud; para Marañón, éstos eran consecuencia<br />
–más que causa– de la renovación del conocimiento de la personalidad profunda<br />
del ser humano y para muchos historiadores contemporáneos del arte, solo literatura.<br />
Aunque Marañón apelaba, como ya hemos señalado, a la interpretación basada en<br />
el juicio certero de las “emociones del arroyo” más que en las opiniones de las gentes<br />
cultas, aquéllas eran difícilmente recuperables como producto de una cultura oral pero<br />
documentalmente silente. Su pulsión científica, no obstante, tenía que buscar un terreno<br />
más sólido y recurrió a los documentos que podían ser más significativos. Y en dos de<br />
ellos –los juicios que <strong>El</strong> <strong>Greco</strong> vertió en su contrato de San Vicente Mártir y en la leyenda<br />
de la Vista y plano de Toledo– encontró 49 , a pesar de su datación muy tardía, Marañón<br />
vislumbró acertadamente los fundamentos de su psicología y su estética; un tercero,