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car el síntoma y hacer por fin cuadros clínicos, retratos exactos de la enfermedad (Foucault,<br />
1998, p. 128.). A través de la observación, Charcot clasificó los estadios de la histeria<br />
presentes en todos los pacientes epilépticos, posturas ilógicas, pasionales y<br />
delirantes, en una memoria absoluta de la fábrica de las imágenes. Las fotografías empiezan<br />
a ser la matriz de la memoria del saber, un saber recogido en un archivo científico<br />
y vehículo de transmisión como es la Nouvelle Iconographie. Las imágenes se<br />
transforman en facies, el paciente es un tipo alcanzado por parte del neurólogo a través<br />
trucos y embellecimientos, poses que no son auténticas sino dictadas por medios escénicos:<br />
reposacabezas, cortinas, trucos y decoraciones, e incorporando una didascalia<br />
la fotografía encuentra su cientificidad.<br />
Gracias a los estudios de fuentes iconográficas que realizó junto a Richer, Charcot se<br />
propuso investigar la reproducción artística de las enfermedades y deformidades en un<br />
libro que fue publicado en Parías en 1889, remarcando nuevamente la importancia que<br />
concedía al estudio visual. <strong>El</strong> punto de partida del libro Los deformes y los enfermos en<br />
el arte fue un encuentro fortuito durante un viaje a Venecia de un Mascarón grotesco de<br />
la iglesia de Santa María Formosa y de allí empezaron a encontrar una multitud de documentación<br />
de todas las épocas y de grandes autores con el fin de demostrar cómo<br />
los artistas han alcanzado a unir el culto de la belleza con la naturaleza.<br />
La utilización de los deformes para reproducir las formas ideales puede parecer<br />
contradictorio, así como el uso de la fotografía que capta la realidad tal cual es pero<br />
sin manifestar el movimiento. Richer, para justificar el estudio de los deformes, afirmó<br />
que gracias a las irregularidades de los rostros era más fácil poder llegar a conocer<br />
los tipos, principal objetivo de su investigación. Los autores privilegiaron las representaciones<br />
de los pintores naturalistas Rubens y Leonardo da Vinci abandonando las referencias<br />
a cualquier lenguaje simbólico, y anclados en el positivismo clasificaron los<br />
pintores en buenos, malos y locos. Para sus teorías, descartaron los demás pintores,<br />
y los únicos que consideraron buenos, fueron aquellos que pintaban la realidad tal<br />
cual era. Por esto están ausentes autores como Juan Van der Hamen, <strong>El</strong> Bosco o<br />
Goya, porque según los dos autores hay ciertos limites –en la representación de los<br />
locos– que no pueden ser cruzados. De hecho estos pintores lo que hacen es representar<br />
no tanto la realidad externa sino la interior, dejando descubiertas las pasiones<br />
humanas. Esto explicaría la ausencia de monstruos o seres fabulosos e híbridos<br />
como esfinges, centauros, quimeras, sirenas, etc., donde el artista sigue sólo las<br />
leyes de los mitos religiosos o los caprichos de su mente, alejándose del principio de<br />
la naturaleza. Las obras de arte (pintura, escultura, grabado) que utilizan como las estatuillas<br />
antiguas de pigmeos jorobados con piernas torcidas, los enanos y bufones<br />
de las cortes reales o el mismo mascarón de Venecia, constituyen reproducciones<br />
más o menos fieles de la naturaleza, sin que sus artífices hayan tenido que añadir<br />
nada más y esto porque ciencia y arte no son más que dos manifestaciones de un<br />
mismo fenómeno.<br />
Valeria Manfrè<br />
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