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Descargar - El Greco 2014

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Sin embargo, la idea de Cossío no cuajó en los dos ingleses ni en otros escritores<br />

contemporáneos como Aureliano de Beruete y Moret 25 , o el Conde de Cedillo, Jerónimo<br />

López de Ayala-Álvarez de Toledo y del Hierro 26 , a tenor de la desigual imagen de los diferentes<br />

apóstoles; no obstante, quedó al menos para el apostolado del antiguo Museo<br />

el lastre de los locos del Nuncio. De hecho, en sus gruesos volúmenes de 1950 o en<br />

sus, tal vez oportunísticas ediciones de <strong>El</strong> <strong>Greco</strong>. Apostolado (Barcelona, Edart, [1959]),<br />

José Camón Aznar volvió a sostener la tesis. <strong>El</strong>lo fue debido, naturalmente, y sobre todo<br />

en la segunda de estas obras, al efecto de la nueva propuesta del doctor Gregorio Marañón,<br />

aparentemente científica y experimentada en el “laboratorio”.<br />

Pues la idea de Cossío había sido retomada con nuevos brios casi medio siglo más<br />

tarde por el médico e historiador Gregorio Marañón (1887-1960) en su <strong>El</strong> <strong>Greco</strong> y Toledo<br />

(1956) 27 . Como resumiría poco después, no se podía ver al <strong>Greco</strong> más que “como pintor,<br />

lo cual es, en él, lo de menos”; había que contemplarlo “como místico, apasionado<br />

hasta casi conseguir, sin lograrlo, hacer una interpretación plástica de lo único que no<br />

podrá nunca representarse en formas de apariencia humana, que es la pasión de Dios.<br />

La pintura del <strong>Greco</strong> es pintura de oratorio en soledad, y no se puede llegar a su sentido<br />

cuando se está… rodeado de una muchedumbre…” 28 .<br />

Marañón proyectaba su vivencia religiosa personal e interior como instrumento interpretativo<br />

de la obra del <strong>Greco</strong>, aunque insistiera en que lo hacía como experiencia<br />

compartida y no solo individual, pues don Gregorio apelaba a la “naturalidad que hoy tienen<br />

los lienzos del cretense para el buen pueblo” de Toledo, a “lo que el pueblo ha sentido”,<br />

a las “emociones del arroyo”, apostando por la rectitud de su apreciación frente a<br />

otras interpretaciones que tachaba de intelectualísticas 29 .<br />

No obstante, Marañón era consciente de los límites de su propia postura; y su impostación<br />

científica de la historia, desgraciadamente no siempre compartida por todos<br />

los practicantes de la historiografía artística de aquel momento, tenía que rendirse, aunque<br />

fuera parcialmente y tal vez a contrapelo, ante la evidencia de lo que él mismo definió<br />

como el verdadero y gran secreto del <strong>Greco</strong>: “su fracaso”. Pintor de lienzos<br />

maravillosos, Doménico no habría alcanzado a expresar el misterio de su fervor con la<br />

plenitud que habría soñado. Sus “señales desesperadas para entenderse con Dios”, en<br />

que consistirían sus cuadros de última época, eran “señales frustradas, porque a Dios<br />

hay que hablarle con una voz inaudible, como la de los místicos, pero no con los pinceles<br />

en la mano, aun cuando se sea un genio” 30 .<br />

Mas había existido otro fracaso del griego… el económico del cretense, producto de<br />

su éxito toledano solo relativo y, desde luego, su carencia de un monopolio total en el ámbito<br />

del retablo y la pintura de Toledo. Y este fracaso, históricamente verificable –como<br />

incluso señaló el propio Marañón analizando su pobre inventario de bienes– más que<br />

subjetivo, ponía en entredicho su hipótesis precedente. ¿Era inconsciente <strong>El</strong> <strong>Greco</strong> de<br />

que sus “señales desesperadas para entenderse con Dios”, eran “señales frustradas”?,<br />

y que su medio de expresión pictórico era por naturaleza inadecuado. Quizá Marañón habría<br />

cambiado de opinión de haber podido leer los propios testimonios del pintor, que<br />

comenzarían a conocerse pocos años después de su desaparición 31 .<br />

33

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