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Descargar - El Greco 2014

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cía–, algunos de sus más antiguos y característicos ritos y, sobre todo, el revestimiento<br />

de autoridad, que se mantenía ininterrumpido en una línea continua que remontaba hasta<br />

los orígenes del Cristianismo.<br />

¿Trasladaría Salazar de Mendoza al pintor algunas de estas ideas a la hora de concebir<br />

el proyecto de doce esculturas de los Apóstoles para el tabernáculo del Hospital<br />

Tavera que el <strong>Greco</strong> debía realizar según contrato de 1608? Probablemente nunca lo sabremos,<br />

pues la obra no llegó a realizarse, pero es inevitable conectar la personalidad<br />

de Salazar –intermediario en la concesión de este contrato del cretense– y escritos como<br />

el que acabamos de analizar con las series apostólicas realizadas en Toledo por <strong>El</strong><br />

<strong>Greco</strong>. Salazar y muchos otros autores como Villegas o Portocarrero reflexionaron sobre<br />

los Apóstoles; otros personajes como Pisa o García de Loaisa escribieron biografías<br />

sobre prelados. <strong>El</strong> <strong>Greco</strong>, que había respirado en Roma los aires de reforma eclesiástica<br />

no pudo permanecer impasible cuando éstos llegaron a Toledo, una diócesis todavía<br />

conmocionada por la larga prisión de su arzobispo cuando él se asentó en la<br />

ciudad 46 . Es inevitable pensar que todos estos escritos e ideas le influyeran a la hora de<br />

abordar sus Apóstoles.<br />

Las series apóstólicas del <strong>Greco</strong> enfatizan visualmente algunas de las ideas clave<br />

para la Iglesia católica posterior a Trento y permiten sugerir el compromiso del artista<br />

con las ideas de reforma pastoral y el vínculo de la iglesia toledana con los tiempos apostólicos<br />

expresado en textos como los de Salazar de Mendoza.<br />

En ellas, los más cercanos seguidores de Cristo mantienen un diálogo con su Maestro<br />

mediante el despliegue de expresivos gestos, sin establecer comunicación visual con<br />

el espectador. Únicamente nos miran el Salvador bendicente y Pedro, quien lo señala<br />

como si renovase su profesión de fe “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” y su subsiguiente<br />

consagración como cabeza de la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra<br />

edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no prevalecerá contra ella” (Mt.16, 13-20). <strong>El</strong><br />

gesto del Apóstol y las llaves que porta aluden sin duda a este momento. Un tercer apóstol,<br />

Judas Tadeo, también nos mira, pero es la suya una mirada retraida y misteriosa, no<br />

directa como la de Pedro, sin pretender aparentemente comunicarnos enseñanza alguna,<br />

como aquél.<br />

Pablo se comunica con el espectador de otra manera, mostrándole el papel que<br />

porta en las manos, el comienzo de la Epístola a Tito, considerado homenaje del cretense<br />

a su tierra natal pero que tendría, en mi opinión, un sentido bien distinto como veremos<br />

en seguida. Juan nos muestra con el elegante gesto de su mano la copa de veneno con<br />

la que sus enemigos quisieron acabar con su vida. Sólo su fé inquebrantable en el verdadero<br />

Dios le hizo atreverse a tomar el veneno, convencido de que el Señor le salvaría<br />

la vida.<br />

Felipe, Andrés y Judas abrazan sus instrumentos de martirio que se muestran de<br />

forma prominente al espectador. En la Europa de comienzos del siglo XVII, la posibilidad<br />

del martirio no se veía como algo lejano pues, desde mediados del siglo anterior con el<br />

advenimiento del protestantismo en Inglaterra, las persecuciones contra católicos –especialmente<br />

cartujos, franciscanos y jesuitas– se recrudecieron en el continente y en la<br />

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