Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

–¡Vamos a dejar a ese hombre en paz!
Cuando amaneció, detrás del tronco sólo se encontró el rastro de
la víbora de un lado y un revólver tirado en el suelo, del otro.
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Es verdad que, en todas partes del mundo, existen noticias sobre
hombres y mujeres especiales, capacitados por las fuerzas de la vida,
para realizar prodigios e impresionar a los que les siguen. Encontramos
referencias de místicos que flagelan su cuerpo, que vencen obstáculos
aparentemente inexpugnables, que hacen demostraciones de sus talentos,
que mantienen control sobre el frío, el hambre, el dolor, que son capaces
de soportar heridas profundas. Vemos a magos y prestidigitadores
impresionando con sus habilidades las miradas curiosas de los que desean
descifrar sus movimientos.
No obstante, nada es tan conmovedor como observar a un alma
sencilla y dedicada que, lejos de todas las demostraciones públicas, de
todos los espectáculos que impresionan, lejos de cualquier manipulación
de buena fe de los ingenuos y de cualquier lucro material directo o
indirecto, se pone a realizar la labor de amar al semejante, desgastando
su propia vida para que los demás tengan la suya.
Nada es más poderoso que ese Jesús pobre y descalzo que sin
estudio, enseñaba, sin doctorado, sanaba, sin cátedra era Maestro y sin
querer impresionar a nadie, marcaba a todas las almas con las que se
relacionaba.
Y ese Jesús sincero y bueno, a veces puede ser encontrado en los
ejemplos de hombres y mujeres elevados, que alejados de la idea de
igualarse al Divino Amigo, le son tan fieles que, incluso sin saberlo o
desearlo, lo representan en la vida de los demás, con fidelidad y valor.
Ese era Eurípedes Barsanulfo, el llamado Apóstol de Sacramento,
ciudad del Estado de Minas Gerais, en Brasil. Vida llena de renuncia y
entrega, sencilla y dedicada, Eurípedes enfrentó obstáculos que harían
desanimar a los más valientes de los cristianos modernos. Vivió en el
apostolado de los que sirven sin condición y de los que abdican sin tristeza.
Tuvo sueños personales que nunca fueron mayores que sus compromisos
con el Cristo, en el servicio a la Voluntad del Padre. Y todos los anhelos
a los que renunció, los realizó de otra manera.
ANUARIO ESPÍRITA