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Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

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enseñanzas, y los escarnios e improperios serían transformados en palabras<br />

de consuelo y pacificación. Entonces, las manos amenazadoramente erguidas<br />

se ocuparían en los menesteres del trabajo bendito de ayuda al prójimo,<br />

elevándose al Creador, convertidas en instrumentos de amparo y loor. Las<br />

reencarnaciones se sucederían y, en la larga senda evolutiva, las imperfecciones<br />

gradualmente serían disipadas; conociendo la Verdad, se libertarían de las<br />

sombras inherentes al estado evolutivo de cada uno.<br />

Compadecido, los miró y una débil sonrisa le iluminó las agotadas<br />

facciones. ¡Tenía plena conciencia de que una radiante mañana aguardaba a<br />

la Humanidad! Aquel era el comienzo, la última y difícil hora… Lleno de<br />

confianza, se entregó al Padre.<br />

Apostado frente a la vociferante multitud, un hombre permaneció<br />

inmóvil y callado todo el tiempo.<br />

Joven, de atlético porte, rígidos músculos y tez morena, si no fuese<br />

por las ropas de labriego, pasaría por un ciudadano romano, probablemente,<br />

o por un soldado. Maxilares cerrados, brazos a lo largo del cuerpo, manos<br />

contraídas, de tiempo en tiempo, un observador atento detectaría una tensión<br />

nerviosa reprimida a niveles extremos, prestos a exteriorizarse. Podría<br />

precipitarse en dirección a la cruz en cualquier momento, tal era la fijación<br />

con que le miraba.<br />

Una avasalladora onda de pensamientos agresivos y sombríos envolvía<br />

al joven, pero los gritos y los insultos de la multitud no parecían disuadirlo<br />

del intento de observar el desarrollo de los hechos, pues continuó en el Gólgota<br />

hasta el último suspiro del Maestro, registrando mentalmente cada detalle del<br />

doloroso calvario.<br />

Sus ojos acompañaban los movimientos de las personas a los pies de<br />

la cruz. Un solo discípulo, el más joven, a quien llamaban Juan… Mujeres<br />

piadosamente llorando por el Maestro… Una de ellas, de suave belleza, ojos<br />

hinchados de tanto llorar, la madre, María de Nazaret, permanecía allí,<br />

acompañando la muerte del hijo amado, de aquel que cargó en sus brazos,<br />

que amamantó en sus senos, a quien empezó enseñar, aun pequeño, las cosas<br />

de la vida; recordaba la primera sonrisa, de cuando la llamó por primera vez,<br />

del primer diente, de las risas por la casa, de los pequeños pies tropezando al<br />

aprender a andar… Los ojos de Jesús la miraron y ella juzgó entrever en ellos<br />

un silencioso pedido de disculpas por no poder eximirla de tanto dolor…<br />

Otra, de tan esplendorosa belleza, que las discretas ropas no conseguían ocultar,<br />

ANUARIO ESPÍRITA 63

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